Nuestros
ministros no han de dedicar su tiempo a trabajar por aquellos que ya
han aceptado la verdad. Teniendo el amor de Cristo ardiendo en su
corazón, deben salir a ganar pecadores para el Salvador. Junto a todas
las aguas han de sembrar la simiente de verdad, visitando un lugar tras
otro para suscitar iglesia tras iglesia. Los que se deciden por la
verdad, deben ser organizados en iglesias, y luego el predicador pasará
adelante a otros campos igualmente importantes.
Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro
a los miembros a trabajar. Necesitarán que se les enseñe cómo trabajar
con éxito. Dedique el ministro más de su tiempo a educar que a predicar.
Enseñe a la gente a dar a otros el conocimiento que recibieron. Aunque
se debe enseñar a los nuevos conversos a pedir consejo a aquellos que
tienen más experiencia en la obra, también se les debe enseñar a no
poner al ministro en el lugar de Dios. Los ministros no son sino seres
humanos aquejados de flaquezas. Cristo es el único en quien debemos
buscar dirección. “Y aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre
nosotros, ... lleno de gracia y de verdad.” “Porque de su plenitud
tomamos todos, y gracia por gracia.” Juan 1:14, 16.