Que llames a algo de una determinada forma no lo convierte en eso que lo denomina. Podríamos intuir que la gran escultura mural que hay en la sala Pablo VI de Roma representa la resurrección de Jesús, pero más que algo glorioso y puro, parece regocijarse en el contacto de Cristo con la muerte y la corrupción. En ningún momento podemos atisbar la incorrupción de Cristo. “Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción”. (Hechos 13:35)
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