Los mensajeros de Dios en las grandes ciudades no deben desalentarse
por la impiedad, la injusticia y la depravación que son llamados a
arrostrar mientras tratan de proclamar las gratas nuevas de salvación.
El Señor quisiera alentar a todos los que así trabajan, con el mismo
mensaje que dio al apóstol Pablo en la impía ciudad de Corinto:
"No
temas, sino habla, y no calles: porque yo estoy contigo, y ninguno te
podrá hacer mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad." ( Hechos
18:9,
10. ) Recuerden los que están empeñados en el ministerio de salvar las
almas que a pesar de que son muchos los que no quieren escuchar los
consejos que Dios da en su palabra, no se apartará todo el mundo de la
luz y la verdad ni de las invitaciones de un Salvador paciente y
tolerante. En toda ciudad, por muy llena que esté de violencia y de
crímenes, hay muchos que con la debida enseñanza pueden aprender a
seguir a Jesús. A miles puede comunicarse así la verdad salvadora, e
inducirlos a recibir a Cristo como su Salvador personal.
El mensaje de Dios para los habitantes de la tierra hoy es:
"Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis." ( Mateo
24:44.
) Las condiciones que prevalecen en la sociedad, y especialmente en las
grandes ciudades de las naciones, proclaman con voz de trueno que la
hora del juicio de Dios ha llegado, y que se acerca el fin de todas las
cosas terrenales. Nos hallamos en el mismo umbral de la crisis de los
siglos. En rápida sucesión se seguirán unos a otros los castigos de
Dios: incendios e inundaciones, terremotos, guerras y derramamiento de
sangre. No debemos quedar sorprendidos en este tiempo por
acontecimientos grandes y decisivos; porque el ángel de la misericordia
no puede permanecer mucho más tiempo para proteger a los impenitentes.
Profetas y Reyes, p. 207, 208
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