Hoy también es necesario que se eleve una reprensión severa; porque graves pecados han separado al pueblo de su Dios. La incredulidad se está poniendo de moda aceleradamente. Millares declaran: “No queremos que éste reine sobre nosotros.” Lucas 19:14. Los suaves sermones que se predican con tanta frecuencia no hacen impresión duradera; la trompeta no deja oír un sonido certero. Los corazones de los hombres no son conmovidos por las claras y agudas verdades de la Palabra de Dios.
Son muchos los cristianos profesos que dirían, si expresasen sus sentimientos verdaderos: ¿Qué necesidad hay de hablar con tanta claridad? Podrían preguntar también: ¿Qué necesidad tenía Juan el Bautista de decir a los fariseos: “¡Oh generación de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que vendrá?” Lucas 3:7.
¿Había acaso alguna necesidad de que provocase la ira de Herodías
diciendo a Herodes que era ilícito de su parte vivir con la esposa de su
hermano? El precursor de Cristo perdió la vida por hablar con claridad.
¿Por qué no podria haber seguido él por su camino sin incurrir en el
desagrado de los que vivían en el pecado?
Así han argüído hombres que debieran haberse destacado como fieles guardianes de la ley de Dios, hasta que la política de conveniencia reemplazó la fidelidad, y se dejó sin reprensión al pecado. ¿Cuándo volverá a oírse en la iglesia la voz de las reprensiones fieles?
“Tú eres aquel hombre.” 2 Samuel 12:7. Es muy raro que se oigan en los
púlpitos modernos, o que se lean en la prensa pública, palabras tan
inequívocas y claras como las dirigidas por Natán a David. Si no
escasearan tanto, veríamos con más frecuencia manifestaciones del poder
de Dios entre los hombres. Los mensajeros del Señor no deben quejarse de
que sus esfuerzos permanecen sin fruto, si ellos mismos no se
arrepienten de su amor por la aprobación, de su deseo de agradar a los
hombres, que los induce a suprimir la verdad.
Los ministros que procuran agradar a los hombres, y claman: Paz, paz,
cuando Dios no ha hablado de paz, debieran humillar su corazón delante
del Señor, y pedirle perdón por su falta de sinceridad y de valor moral.
No es el amor a su prójimo lo que los induce a suavizar el mensaje que
se les ha confiado, sino el hecho de que procuran complacerse a sí
mismos y aman su comodidad.
El verdadero amor se esfuerza en primer lugar por honrar a Dios y salvar las almas. Los que tengan este amor no eludirán la verdad para ahorrarse los resultados desagradables que pueda tener el hablar claro. Cuando las almas están en peligro, los ministros de Dios no se tendrán en cuenta a sí mismos, sino que pronunciarán las palabras que se les ordenó pronunciar, y se negarán a excusar el mal o hallarle paliativos.
El verdadero amor se esfuerza en primer lugar por honrar a Dios y salvar las almas. Los que tengan este amor no eludirán la verdad para ahorrarse los resultados desagradables que pueda tener el hablar claro. Cuando las almas están en peligro, los ministros de Dios no se tendrán en cuenta a sí mismos, sino que pronunciarán las palabras que se les ordenó pronunciar, y se negarán a excusar el mal o hallarle paliativos.
¡Ojalá que cada ministro comprendiese cuán sagrado es su cargo y santa
su obra, y revelase el mismo valor que manifestó Elías! Como mensajeros
designados por Dios, los ministros ocupan puestos de tremenda
responsabilidad. A cada uno de ellos le toca cumplir este consejo:
“Reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” 2 Timoteo 4:2. Deben
trabajar en lugar de Cristo como dispensadores de los misterios del
cielo, animando a los obedientes y amonestando a los desobedientes. Las
políticas del mundo no deben tener peso para ellos. No deben desviarse
de la senda por la cual Jesús les ha ordenado andar. Deben ir adelante
con fe, recordando que los rodea una nube de testigos. No les toca
pronunciar sus propias palabras, sino las que les ordenó decir Uno mayor
que los potentados de la tierra. Su mensaje debe ser: “Así dijo
Jehová.” Dios llama a hombres como Elías, Natán y Juan el Bautista,
hombres que darán su mensaje con fidelidad, irrespectivamente de las
consecuencias; hombres que dirán la verdad con valor, aun cuando ello
exija el sacrificio de todo lo que tienen.
Dios no puede usar hombres que, en tiempo de peligro, cuando se necesita la fortaleza, el valor y la influencia de todos, temen decidirse firmemente por lo recto. Llama a hombres que pelearán fielmente contra lo malo, contra principados y potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este mundo, contra la impiedad espiritual de los encumbrados. A los tales dirigirá las palabras: “Bien, buen siervo y fiel; ... entra en el gozo de tu Señor.” Mateo 25:23.
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