Dios posee una iglesia. No es una gran catedral, ni la iglesia oficial
establecida, ni las diversas denominaciones; sino el pueblo que ama a
Dios y guarda sus mandamientos. “Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Mateo 18:20.
Aunque Cristo esté aún entre unos pocos humildes, ésta es su iglesia,
pues sólo la presencia del Alto y Sublime que habita la eternidad puede
constituir una iglesia.
Donde dos o tres que aman y obedecen los mandamientos de Dios están
presentes, Jesús los preside, ya sea en un lugar desolado de la tierra,
en el desierto, en la ciudad o encerrados en los muros de una prisión.
La gloria de Dios ha penetrado a estas últimas, colmando de gloriosos
rayos de luz celestial las oscuras mazmorras. Sus santos pueden sufrir,
pero sus sufrimientos, como los apóstoles de antaño, esparcirán su fe y
ganarán almas para Cristo y glorificarán su santo nombre. La más amarga
oposición dirigida por los que odian la gran norma moral de justicia de
Dios no deberían sacudir, ni lo harán, al alma firme que confía
plenamente en Dios...
Alza Tus Ojos, p.313.
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