¡Cuán
terriblemente engañados están los que piensan que el mundo está
mejorando! Cristo declara: “Como fue en los días de Noé, así también
será en los días del Hijo del Hombre”. “Porque como en los días antes
del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en
casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron
hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la
venida del Hijo del Hombre”. A una situación semejante llegará el mundo
al rechazar la ley de Dios.
“Y
el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la
bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él
también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en
el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los
santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los
siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que
adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que recibe la marca de su
nombre”.
Juan
fue llamado a contemplar a un pueblo distinto de los que adoran a la
bestia o a su imagen al guardar el primer día de la semana. La
observancia de este día es la marca de la bestia. Juan declara: “Aquí
está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús”.
“Entonces
el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra
contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Se nos
muestra claramente que existirán dos bandos en el momento en que
aparezca nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¿En cuál bando deseamos
ser hallados? “He aquí, yo vengo pronto—dice Cristo—, y mi galardón
conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y
la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
Bienaventurados los que lavan sus ropas [guardan sus mandamientos], para
tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la
ciudad”. Este es el destino de los que observan los mandamientos. ¿No
debemos todos desear estar entre el número de personas que tendrán
derecho al árbol de la vida, y que entrarán por las puertas en la
ciudad?
Adán
y Eva y su posteridad perdieron el derecho al árbol de la vida a causa
de su desobediencia. “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno
de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su
mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y
lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que
fue tomado”. Adán y Eva transgredieron la ley de Dios. Esto hizo
necesario que fueran alejados del Edén y separados del árbol de la vida,
pues al comer de él después de su transgresión, hubieran perpetuado el
pecado. “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de
Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados,
para guardar el camino del árbol de la vida”. El hombre dependía del
árbol de la vida para la inmortalidad, y el Señor tomó estas
precauciones para que los hombres no comieran de ese árbol y vivieran
para siempre, llegando a ser pecadores inmortales.
La
muerte entró en el mundo a causa de la transgresión. Pero Cristo dio su
vida para que el hombre tuviera otra oportunidad. El no murió en la
cruz para abolir la ley de Dios, sino para asegurarle al hombre un
segundo tiempo de gracia. No murió para que el pecado llegara a ser un
atributo inmortal; murió para asegurar el derecho a destruir a aquel que
tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Sufrió plenamente la
sanción que merecía el quebrantamiento de la ley por parte del mundo
entero. Esto lo hizo, no para que los hombres continuaran en la
transgresión, sino para que reanudaran su lealtad y guardaran los
mandamientos de Dios y su ley como la niña de su ojo.
Testimonios para los Ministros, p.132.
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