La Asociación General misma está corrompiéndose con equivocados sentimientos y principios [...].
Los hombres se han aprovechado de los que suponían que estaban bajo su jurisdicción. Estaban decididos a que esas personas se sometieran a sus condiciones; querían gobernar a toda costa [...]. El poder despótico que se ha desarrollado, como si el cargo hubiera convertido a los hombres en dioses, me hace temer, y debe producir temor. Es una maldición dondequiera se lo ejerza y quienquiera lo ponga en práctica.—Testimonios para los Ministros, 359-361 (1895). Hay demasiadas responsabilidades pesadas dadas a unos pocos hombres, y algunos no hacen de Dios su consejero. ¿Qué saben estos hombres de las necesidades de la obra en los países extranjeros? ¿Cómo pueden ellos saber cómo decidir los asuntos que les son sometidos en procura de información? Les requeriría tres meses a los que están en países extranjeros recibir una respuesta a sus preguntas, aun cuando no hubiera demora en la correspondencia.—Testimonios para los Ministros, 321 (1896). Aquellos que viven en países distantes no se atreven a hacer lo que su juicio les dice que es correcto, a menos que primeramente pidan permiso a Battle Creek. Antes de avanzar, esperan el Sí o el No de aquel lugar.—Speciial Testimonies, Series A 9:32 (1896). No es sabio escoger a un solo hombre como presidente de la Asociación General. La obra de la Asociación General se ha extendido, y algunas cosas se han hecho innecesariamente complicadas. Se ha manifestado una falta de discernimiento. Debe haber una división del campo, o debe idearse algún otro plan para cambiar el actual estado de cosas.—Testimonios para los Ministros, 342 (1896).
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