ESTAMOS en el umbral de grandes y solemnes acontecimientos. Las profecías se están cumpliendo. La historia, extraña y llena de sucesos, está registrándose en los libros del cielo.
Todo en nuestro mundo está en agitación. Hay guerras y rumores de guerras. Las naciones están airadas, y ha llegado el tiempo en que deben ser juzgados los muertos. Los acontecimientos están cambiando para traer el día de Dios, que se apresura grandemente.
Queda, por así decirlo, solamente un momento de tiempo. Pero mientras que ya se está levantando nación contra nación, y reino contra reino, no hay todavía conflagración general. Todavía los cuatro vientos son retenidos hasta que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes. Entonces las potencias de la tierra ordenarán sus fuerzas para la última gran batalla.
Satanás está haciendo activamente sus planes para el postrer gran conflicto, en el que todos tomarán posiciones. Después que el evangelio ha estado proclamándose en el mundo durante casi dos mil años, Satanás presenta todavía a los hombres y mujeres la misma escena que presentó a Cristo. De una manera maravillosa, hace pasar delante de ellos los reinos de este mundo en su gloria. Se los promete a todos los que quieran postrarse y adorarle. Así trata de poner a los hombres bajo su dominio. Satanás está obrando hasta lo sumo para presentarse como Dios, y para destruir a todos los que se oponen a su poder. Y hoy el mundo se está postrando delante de él. Se recibe su poder como poder de Dios. Se está cumpliendo la profecía del Apocalipsis, de que “se maravilló toda la tierra en pos de la bestia.” En su ceguera, los hombres se jactan de maravillosos progresos e ilustración; pero su culpabilidad y depravación interior son manifiestas para el ojo de la Omnisciencia. Los vigilantes celestiales ven la tierra llena de violencia y crimen. Se obtienen riquezas por toda clase de robos, no hechos sólo a los hombres sino a Dios. Los hombres están empleando sus recursos para sastifacer su egoísmo. Emplean todo lo que pueden obtener para servir a su codicia. La avaricia y la sensualidad prevalecen. Los hombres aprecian los atributos del primer gran engañador. Le han aceptado como Dios y se han imbuido de su espíritu.
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