sábado, 23 de septiembre de 2023

Despreciadores de los reproches


El apóstol Pablo afirma claramente que lo experimentado por los israelitas en sus viajes fué registrado para beneficio de los que viven en esta época, aquellos en quienes los fines de los siglos han parado. No consideramos que nuestros peligros sean menores que aquellos que corrieron los hebreos, sino mayores. Seremos tentados a manifestar celos y a murmurar, y habrá rebelión abierta, según se registra acerca del antiguo Israel. Habrá siempre un espíritu tendiente a levantarse contra la reprensión de pecados y males. Pero, ¿deberá callarse la voz de reprensión por causa de esto? En tal caso, no estaremos en mejor condición que las diversas denominaciones del país que temen mencionar los errores y pecados predominantes en el pueblo. Aquellos a quienes Dios apartó como ministros de la justicia tienen solemnes responsabilidades en lo que se refiere a reprender los pecados del pueblo. Pablo ordenó a Tito: “Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Nadie te desprecie.” Tito 2:15. Siempre habrá quienes desprecien al que se atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la reprensión. Pablo incitó a Tito a que reprendiese severamente a ciertas clases de personas, para que fuesen sanas en la fe. Los hombres y las mujeres de diferentes temperamentos que se reúnen para formar la iglesia, tienen peculiaridades y defectos. A medida que éstos se desarrollen, requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los reprendiesen nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización que deshonraría grandemente a Dios. Pero, ¿cómo será dada la reprensión? Dejemos contestar al apóstol: “Con toda paciencia y doctrina.” 2 Timoteo 4:2. Los buenos principios deben aplicarse a la persona que necesite reprensión, pero nunca se deben pasar por alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios. Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán contra ella. No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda esta simpatía no santificada hace que los simpatizantes participen de la culpa del que fué reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiese permitido que la persona reprendida comprendiese su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus deberes desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor. En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” 2 Timoteo 4:2. Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instrucciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados por su propio juicio. Si se les hubiese concedido esta libertad, no habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la restricción. Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armonía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer. El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos reproches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: “¡Oh, yo soy tan sensible que no puedo soportar el menor reproche!” Si estas personas presentasen su caso correctamente, dirían: “Soy tan voluntarioso, tan pagado de mí mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den órdenes; no quiero que se me reprenda. Abogo por los derechos del juicio individual; tengo derecho a creer y hablar según me plazca.” El Señor no desea que renunciemos a nuestra individualidad. Pero, ¿qué hombre es juez adecuado para saber hasta dónde debe llevarse este asunto de la independencia individual? Pedro recomienda a sus hermanos: “Igualmente, mancebos, sed sujetos a los ancianos; y todos sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.” 1 Pedro 5:5. También el apóstol Pablo exhorta a sus hermanos filipenses a tener unidad y humildad: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún refrigerio de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algunas entrañas y misericordias, cumplid mi gozo; que sintáis lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” Filipenses 2:1-5. Y Pablo vuelve a exhortar así a sus hermanos: “El amor sea sin fingimiento: aborreciendo lo malo, llegándoos a lo bueno; amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros.” Romanos 12:9, 10. “Sujetaos los unos a los otros en el temor de Dios.” Efesios 5:21. La historia de los israelitas nos presenta el grave peligro del engaño. Muchos no se dan cuenta del carácter pecaminoso de su propia naturaleza ni de lo que es la gracia del perdón. Están en las tinieblas de su naturaleza, sujetos a tentaciones y gran engaño. Viven lejos del Señor: y sin embargo están muy satisfechos de su vida cuando Dios aborrece su conducta. Esta clase de personas guerreará siempre contra la dirección del Espíritu de Dios, especialmente con la reprensión. No quiere ser perturbada. Ocasionalmente experimenta temores egoístas y buenos propósitos y a veces pensamientos de ansiedad y convicción; pero no tiene experiencia profunda porque no está ligada con la Roca eterna. Esta clase de personas no ve nunca la necesidad del testimonio claro. El pecado no le parece tan grave, porque no anda en la luz como Cristo está en la luz. Hay aún otra clase de personas que tiene gran luz y convicción especial, y una verdadera experiencia en la obra del Espíritu de Dios. Pero la han vencido las múltiples tentaciones de Satanás. No aprecia la luz que Dios le ha dado. No escucha las amonestaciones y reprensiones del Espíritu de Dios. Está bajo condenación. Dichas personas resistirán siempre el testimonio recto, porque éste las condena. Dios quiere que su pueblo sea una unidad; que sus hijos tengan un mismo parecer, un mismo ánimo y un mismo criterio. Esto no puede lograrse sin un testimonio claro, recto y vivo en la iglesia. La oración de Cristo era que los discípulos fuesen uno como él era uno con su Padre. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa; para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; y que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has amado.” Juan 17:20-23.

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