lunes, 18 de septiembre de 2023

Testimonios directos en la iglesia


Los que son reprendidos por el Espíritu de Dios no deben levantarse contra el humilde instrumento. Es Dios, y no un mortal sujeto a error, quien ha hablado para salvarlos de la ruina. Los que desprecian la amonestación serán dejados en las tinieblas y se engañarán a sí mismos. Pero los que la escuchen y se dediquen celosamente a la obra de apartar sus pecados de sí a fin de tener las gracias necesarias, estarán abriendo la puerta de su corazón para que el amado Salvador pueda entrar y morar con ellos. Esta clase de personas se encontrará siempre en perfecta armonía con el testimonio del Espíritu de Dios.

Los ministros que predican la verdad presente no deben descuidar el solemne mensaje dirigido a los laodicenses. El testimonio del Testigo Fiel no es un mensaje suave. El Señor no nos dice: “Estáis más o menos bien; habéis soportado castigos y reproches que nunca merecisteis; habéis sido innecesariamente desalentados por la severidad; no sois culpables de los males y pecados por los cuales se os reprendió.” El Testigo Fiel declara que cuando uno supone que está en buenas condiciones de prosperidad, realmente lo necesita todo. No es suficiente que los ministros presenten temas teóricos; deben también presentar los temas prácticos. Deben estudiar las lecciones prácticas que Cristo dió a sus discípulos, y hacer una detenida aplicación de las mismas a sus propias almas y a las de la gente. Porque Cristo da este testimonio de reprensión, ¿supondremos que le faltan sentimientos de tierno amor hacia su pueblo? ¡Oh, no! El que murió para redimir al hombre de la muerte, ama con amor divino, y a aquellos a quienes ama los reprende. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo.” Pero muchos no quieren recibir el mensaje que el cielo les manda gracias a su misericordia. No pueden soportar que se les hable de su negligencia en el cumplimiento del deber, ni de sus malas acciones, de su egoísmo, orgullo y amor al mundo.

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Peligros de los postreros días—Estamos viviendo en un tiempo muy solemne e importante en la historia de esta tierra. Nos vemos en medio de los peligros de los postreros días. Están por sobrecogernos sucesos importantes y terribles. ¡Cuán necesario es que todos los que temen a Dios y aman su ley, se humillen delante de él y se aflijan y lamenten, confesando los pecados que han separado a Dios de su pueblo! Lo que debe excitar la mayor alarma es que no sentimos ni comprendemos nuestra condición degradada, y que nos contentamos con permanecer como estamos. Debemos acudir a la Palabra de Dios y a la oración, buscando individualmente al Señor con fervor, para encontrarlo. Debemos hacer de esto nuestro primer quehacer.

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