Una conciencia iluminada
Y por esto, procuro yo tener siempre conciencia sin remordimiento acerca de Dios y acerca de los hombres. Hechos 24:16.
En la Palabra de Dios leemos que hay conciencias malas y buenas. ... Comparad vuestra conciencia con la Palabra de Dios, y ved si vuestra vida y carácter están de acuerdo con la norma de justicia que Dios ha revelado en ella. Entonces podréis determinar si es que tenéis o no una fe inteligente, y qué clase de conciencia es la vuestra. La conciencia del hombre no puede ser digna de confianza a menos que esté bajo la influencia de la gracia divina. Satanás obtiene ventaja de una conciencia que no está iluminada, y mediante ella conduce a los hombres a toda clase de engaños, porque no han hecho su consejero de la Palabra de Dios.—The Review and Herald, 3 de septiembre de 1901.
No basta que el hombre se considere seguro siguiendo los dictados de su conciencia. ... La cuestión que debe aclararse es ésta: ¿Está la conciencia en armonía con la Palabra de Dios? Si no lo está, sus dictados no pueden seguirse con seguridad, porque engañarán. La conciencia debe ser esclarecida por Dios. Debe dedicarse tiempo al estudio de las Escrituras y la adoración. Así la mente será afirmada, fortalecida y arraigada.—Carta 21, 1901.
Es el privilegio de toda persona vivir de tal manera que Dios la apruebe y la bendiga. Podéis estar cada hora en comunión con el cielo; no es la voluntad de vuestro Padre celestial que continuamente estéis bajo tribulación y tinieblas. Debierais cultivar el respeto propio, viviendo de tal modo que seáis aprobados por vuestra propia conciencia, y delante de los hombres y los ángeles. ... Tenéis el privilegio de ir a Jesús y de ser limpiados, y de estar delante de la ley sin vergüenza y remordimiento. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu”. Romanos 8:1. Mientras no debemos pensar en nosotros mismos más de lo debido, la Palabra de Dios no condena un debido respeto propio. Como hijos e hijas de Dios, debiéramos tener una consciente dignidad de carácter, en la cual el orgullo y la importancia de sí mismos no tienen parte.—The Review and Herald, 27 de marzo de 1888.
Una conciencia libre de ofensas hacia Dios y los hombres es una adquisición maravillosa.—Manuscrito 126, 1897, pp. 13.