La gracia de la simpatía
Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Romanos 15:1.
Lo que todos necesitamos es una simpatía más pura y semejante a la de Cristo; no una simpatía por aquellos que son perfectos—ellos no la necesitan—sino una simpatía por las almas pobres, sufrientes y luchadoras, que a menudo son tomadas en error, que pecan y se arrepienten, que son tentadas y se desaniman. El efecto de la gracia es suavizar y subyugar el alma. Entonces desaparecerá toda hosquedad y será subyugada, y entonces aparecerá Cristo. El amor de Dios únicamente puede abrir y expandir el corazón, y darle al amor y a la simpatía una amplitud y una altura sin medida. Aquellos que aman a Jesús, amarán a los hijos de Dios. El sentimiento de las flaquezas personales y las imperfecciones conducirá al instrumento humano a apartar su vista de sí mismo y a dirigirla hacia Cristo; y el amor del Salvador romperá la barrera fría y farisaica, quitará toda dureza y egoísmo, y habrá una unión de un alma con otra alma, aun en el caso de aquellos que tienen un temperamento opuesto.
La bondad y la paciencia de Dios, su amor sacrificado por los hombres pecadores, deben conducir a todos aquellos que disciernen su gracia a manifestar lo mismo, a dar liberalmente simpatía para otros. El admirable ejemplo de la vida de Cristo, la inigualable ternura con la cual él se aproximó a los sentimientos del alma oprimida, llorando con el que lloraba, gozándose con el que se gozaba en su amor, deben tener una profunda influencia sobre el carácter de todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos.
Deben dar simpatía, no de mala gana sino liberalmente; mediante palabras y actos bondadosos, deben procurar que el camino resulte tan fácil para los pies cansados como desean que sea el camino para sus propios pies. Cuando recibimos diariamente y cada hora la bendición de Dios, no podemos hacer menos para manifestar nuestra gratitud que tener un interés bondadoso y generoso en aquellos por quienes Cristo murió. ¿Tenemos bendiciones? Sí, las tenemos. Bueno, Cristo dice, compartidlas con otros, no con unos pocos favorecidos, sino con todos aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos dar gracia por gracia.—Carta 78, 1894, pp. 12, 13.