"¡Ay de
los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas,
y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí
mismos!" Isa.
5: 20, 21.
Dios requiere
que cada cual esté en su puesto para hacer exactamente la obra que le ha
asignado. Cada movimiento sea precedido de oración humilde y ferviente. La
verdad debe avanzar como una lámpara encendida. Los guardianes de la verdad
deben actuar como hombres bien despiertos. . .
Cristo pronuncia un ay
sobre todos los que transgreden la ley de Dios. Pronunció un ay sobre los
doctores de la ley porque ejercían su poder para afligir a los que los buscaban
en procura de justicia. Todas las terribles consecuencias del pecado recaerán
sobre los que, aunque nominalmente miembros de la iglesia, les parece poca cosa
poner a un lado la ley de Jehová, y no hacen diferencia entre el bien y el mal.
En las visiones que el Señor me ha dado, he visto a los que siguen sus
propias inclinaciones, tergiversan la verdad, oprimen a sus hermanos y les crean
dificultades. Ahora mismo se están desarrollando los caracteres, y los seres
humanos están tomando decisiones, algunos en favor del Señor Jesucristo y otros
en favor de Satanás y sus ángeles. El Señor invita a todos los que son fieles y
obedientes a su ley a apartarse de los que se ponen de parte del enemigo, y a no
tener la menor relación con ellos. Frente a sus nombres está escrito: "TEKEL:
Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto" (Dan. 5: 27). . .
Hay muchos
hombres que en apariencias son moralmente sanos, pero que no son cristianos.
Están engañados con respecto a su opinión de lo que significa ser verdaderamente
cristiano. Sus caracteres están formados por una aleación que priva al oro de su
valor, y no pueden recibir el sello de la aprobación divina. Habrá que
rechazarlos como impuros, como metal sin valor.
No podemos perfeccionar
un verdadero carácter moral por nosotros mismos, pero podemos aceptar la
justicia de Cristo. Podemos participar de la naturaleza divina y huir de la
corrupción que existe en el mundo por causa de la concupiscencia. Cristo nos ha
dejado un modelo perfecto de lo que debemos llegar a ser como hijos e hijas de
Dios ( Carta 256 , del 1 de agosto de 1906, dirigida a mis hermanos que sirven
en Australia