"Fueron halladas tus palabras, y yo las comí, y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos." (Jeremías 15: 16).
Para poder practicar constantemente la religión de la Biblia necesitamos ser pacientes, abnegados y negamos a nosotros mismos. Si permanentemente hacemos de la Palabra de Dios un principio de vida, cada cosa que hagamos, cada palabra o acto por común que fuere, pondrá de manifiesto que estamos sujetos a Cristo Jesús, al que hemos sometido en cautiverio nuestros pensamientos. Si la Palabra de Dios es recibida en el corazón, lo vaciará de la suficiencia propia y de la autodependencia. La vida llegará a ser un poder para el bien debido a que el Espíritu Santo henchirá la mente con los asuntos de Dios. Practicaremos la religión de Cristo, porque la voluntad estará en perfecta conformidad con la de Dios.
Algunos que profesan tener la verdadera religión, desafortunadamente dejan la Guía que Dios estableció para señalarnos el camino al cielo. Tal vez leen la Biblia como si se tratara de un libro escrito por la pluma humana. Esto les proporciona sólo un conocimiento superficial. El hablar acerca de la verdad no santifica a los receptores. Podrán profesar que sirven a Dios; pero, si Cristo estuviera entre ellos, escucharían su voz que les dice: "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios" (Mat. 22: 29). Los tales no pueden saber en qué consiste la verdadera religión.
"Las palabras que yo os he hablado "-dijo Jesús-" son espíritu y son vida" (Juan 6: 63). Al testificar acerca de la Palabra de Dios, Jeremías dice: "Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón" (Jer. 15: 16). En la Palabra de Dios hay tal poder de sanidad que los así llamados sabios y entendidos no pueden experimentar, pero dicho poder ha sido revelado a los humildes. "La exposición de tus palabras alumbra, hace entender a los simples" (Sal. 119: 130). Si se guarda la Palabra en el corazón como si fuera una reliquia, la mente se transformará en la casa del tesoro, de la cual se podrán extraer cosas nuevas y antiguas. Entonces ya no nos producirá placer el pensar en los asuntos comunes de la vida, sino que diremos: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Sal. 119: 105).- Review and Herald, 4 de mayo de 1897