A fin de apreciar plenamente el valor de la salvación, es necesario
comprender cuál ha sido su costo. Como consecuencia de las ideas
limitadas referentes a los sufrimientos de Cristo, muchos estiman en
poco la gran obra de la expiación. El glorioso plan proyectado para la
salvación del hombre se puso por obra mediante el amor infinito de Dios
Padre. En este plan divino se ve la manifestación más admirable del amor
de Dios hacia la especie caída. Un amor como el que se manifiesta en el
don del amado Hijo de Dios asombraba a los ángeles. “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Juan 3:16.
Este Salvador era el esplendor de la gloria del Padre, y la imagen
expresa de su persona. Divinamente majestuoso, perfecto y excelente, era
igual a Dios. “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda
plenitud”.
Colosenses 2:19.
“El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a
Dios: sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre, se
humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Filipenses 2:6-8.
Cristo consintió en morir en lugar del pecador, a fin de que el hombre,
mediante una vida de obediencia, pudiese escapar a la penalidad de la
ley de Dios. Su muerte no anuló la ley; no la eliminó, ni disminuyó sus
santos requerimientos, ni redujo su sagrada dignidad. La muerte de
Cristo proclamó la justicia de la ley de su Padre al castigar al
transgresor, al consentir en someterse él mismo a la penalidad de la
ley, a fin de salvar de su maldición al hombre caído. La muerte del
amado Hijo de Dios en la cruz revela la inrnutabilidad de la ley de
Dios. Su muerte la magnifica y la honra, y evidencia ante el hombre su
carácter inmutable. De sus labios divinos se oyen las palabras: “No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido
para abrogar, sino a cumplir”.
Mateo 5:17. La muerte de Cristo justificó las demandas de la ley.