Los padres no deben olvidar cuánto anhelaban en su niñez la manifestación de simpatía y amor, y cuán desgraciados se sentían cuando se les censuraba y reprendía con irritación. Deben rejuvenecer sus sentimientos, y transigir mentalmente para comprender las necesidades de sus hijos. Sin embargo, con firmeza mezclada de amor, deben exigirles obediencia. La palabra de los padres debe ser obedecida implícitamente.
Los ángeles de Dios vigilan a los niños con el más profundo interés para ver qué carácter adquieren. Si Cristo tratase con nosotros como a menudo tratamos a los demás y a nuestros hijos, tropezaríamos y caeríamos de puro desaliento. Vi que Jesús conoce nuestras flaquezas, y ha experimentado lo mismo que nosotros en todo, menos en el pecado. Por lo tanto, nos ha preparado una senda adecuada a nuestra fuerza y capacidad, y como Jacob, ha andado suavemente y con serenidad con los niños según lo que ellos pudieran soportar, a fin de sostenernos por el consuelo de su compañía y servirnos de guía perpetuamente. El no desprecia, descuida ni deja atrás a los niños del rebaño. El no nos ha ordenado que avancemos y los dejemos. El no ha viajado tan apresuradamente como para dejarnos rezagados juntamente con nuestros hijos. ¡Oh, no; sino que ha emparejado la senda de la vida, aun para los niños! Y requiere que los padres, en su nombre, los conduzcan por el camino estrecho. Dios nos ha señalado una senda adecuada a la fuerza y capacidad de los niños.*****
Valdrá la pena manifestar afecto en vuestro trato con vuestros hijos. No los rechacéis por falta de simpatía hacia sus juegos, goces y agravios infantiles. Nunca permitáis que vuestra frente se muestre ceñuda, ni que escape de vuestros labios una palabra dura. Dios escribe todas estas palabras en su libro de registro. Las palabras duras agrían el temperamento y hieren los corazones de los niños; y en algunos casos estas heridas sanan difícilmente. Los niños son sensibles a la menor injusticia y algunos se desalientan ante ella, y no prestarán atención a la voz de mando alta y airada, ni a las amenazas de castigo. La rebelión anida con demasiada frecuencia en el corazón de los hijos por la mala disciplina de los padres, cuando una conducta apropiada los habría inducido a adquirir un carácter bueno y armonioso. Una madre que no tiene perfecto dominio de sí misma no es idónea para el manejo de sus hijos.
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Venza Vd. su disposición a ser exigente con su hijo, no sea que las reprensiones demasiado frecuentes hagan que su presencia le desagrade y que sus consejos le parezcan odiosos. Líguelo a su corazón, no mediante una complacencia insensata, sino por los suaves lazos del amor. Puede ser firme aunque bondadoso. Cristo debe ser su auxiliador. El amor será el medio de atraer otros corazones al suyo, y su influencia los establecerá en el camino bueno y correcto.
Le he amonestado ya contra un espíritu de censura y quisiera volver a precaverle con respecto a este defecto. Cristo reprendió a veces con severidad, y en algunos casos puede ser necesario que nosotros también lo hagamos; pero debemos considerar que aunque Cristo conocía la condición exacta de aquellos a quienes reprendía, y sabía exactamente cuánta reprensión podían soportar, y qué se necesitaba para corregir su mala conducta, también sabía exactamente cómo compadecerse de los que erraban, consolar a los infortunados y alentar a los débiles. Sabía evitar a las almas el abatimiento e inspirarles esperanza, porque estaba familiarizado con los motivos exactos y las pruebas peculiares de cada espíritu. No podía cometer un error.