jueves, 29 de noviembre de 2012

Cada día con Dios.Elena G. de White

EL ESPÍRITU SANTO, EL MAYOR DE LOS DONES


"Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." Fil. 2: 8.

La exaltación de Cristo será directamente proporcional a su humillación. Para poder ser el Salvador, el Redentor, tenía que pasar primero por el sacrificio. ¡Qué misterios encontramos en la piedad de Cristo! Después de magnificar la ley y engrandecerla, al aceptar sus condiciones para salvar a un mundo de la ruina, Cristo se apresuró a ir al cielo para perfeccionar su obra y cumplir su misión al enviar el Espíritu Santo a sus discípulos. De ese modo aseguró a sus creyentes que no los había olvidado, aunque se encontrara ahora en la presencia de Dios, donde hay plenitud de gozo para siempre.

El Espíritu Santo debía descender sobre los que amaban a Cristo en este mundo. De ese modo se los capacitaría, por medio de la glorificación de Aquel que era su cabeza, para recibir todo don necesario para el cumplimiento de su misión. El Dador de la vida poseía no sólo las llaves de la muerte, sino un cielo lleno de ricas bendiciones. Todo el poder del cielo y de la tierra estaba a su disposición, y al tomar su lugar en las cortes celestiales podía prodigar esas bendiciones a todos los que lo recibieran. Cristo dijo a sus discípulos: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré" (Juan 16: 7). Este era el mayor de los dones. El Espíritu Santo descendió como el tesoro más precioso que el hombre podía aceptar. La iglesia recibió el bautismo del poder del Espíritu. Los discípulos fueron preparados para salir y proclamar a Cristo primero en Jerusalén, donde se había llevado a cabo la vergonzosa obra de deshonrar al verdadero Rey, y a partir de allí debían ir hasta los confines de la tierra. . .

¡Cuán plenas y amplias son las bendiciones que se derraman sobre los que quieren acudir a Dios en nombre de su Hijo! Si están dispuestos a cumplir las condiciones señaladas en su Palabra, les abrirá las ventanas de los cielos y derramará sobre ellos bendición hasta que sobreabunde. . . Si el pueblo de Dios está dispuesto a santificarse mediante la obediencia a sus preceptos, el Señor obrará en su medio. Regenerará las almas humildes y contritas para que sus caracteres sean puros y santos ( Manuscrito 128 , del 28 de noviembre de 1897, "El único verdadero Mediador").

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