Un ejercicio superior de nuestras
facultades
Esta empero es la vida eterna: que te
conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado. Juan 17:3.
El ejercicio más exaltado de las facultades
del hombre, consiste en comprender a Dios, y regocijarse en él. Esto puede
alcanzarse, únicamente cuando nuestros afectos son santificados y ennoblecidos
por la gracia de Cristo. ... En Cristo estaba el esplendor de la gloria de su
Padre, la expresa imagen de su persona. Nuestro Salvador dijo: “El que me ha
visto, ha visto al Padre”. Juan
14:9. En Cristo está la vida del alma. Encontramos vida en los intentos
que hacen nuestros corazones por aprehenderlo, en nuestros fervientes y
afectuosos anhelos de su excelencia, en nuestra intensa búsqueda de su gloria.
Cuando estamos en comunión con él, comemos el Pan de vida.
Cuando permitimos que cosas de menor
importancia absorban nuestra atención, olvidando a Cristo, alejándonos de él
para aceptar otra compañía, ponemos nuestros pies en un camino que conduce lejos
de Dios y del cielo. Cristo debe ser el objeto central de nuestros afectos, y
entonces viviremos en él, y tendremos su Espíritu. ...
Si queremos andar en la luz, debemos seguir
a Jesús, que es la luz de la vida. ¿Qué constituye el esplendor del cielo? ¿En
qué consistirá la felicidad de los redimidos? Cristo es todo en todo. Ellos
contemplarán con arrobamiento inenarrable al Cordero de Dios. Derramarán sus
cantos de gratitud, alabanza y adoración, a Aquel a quien han amado y adorado
aquí. Ese canto lo aprendieron y comenzaron a cantarlo en la tierra. Aprendieron
a poner su confianza en Jesús mientras formaban sus caracteres para el cielo.
Sus corazones estuvieron a tono con su voluntad aquí. Su gozo en Cristo será
proporcionado al amor y la confianza que han aprendido a poner en él aquí. ...
Dios debe estar siempre en nuestros
pensamientos. Debemos conversar con él mientras andamos por el camino, y
mientras nuestras manos están dedicadas al trabajo. En todos los propósitos y
las realizaciones de la vida, debemos preguntar: ¿qué desea el Señor que yo
haga? ¿Cómo puedo agradar al que dió su vida en rescate por mí? Así podemos
andar con Dios, como anduvo el Enoc de antaño; y puede ser nuestro el testimonio
que él recibió: que agradó a Dios.—The
Review and Herald, 30 de mayo de 1882
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