Cómo disciplinar la mente
Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh, Jehová, roca mía y redentor mío. Salmos 19:14.
Los pensamientos deben ser puros y las meditaciones del corazón deben ser limpias, si se quiere que las palabras de la boca sean aceptables para el cielo y útiles para vuestros asociados.—The Review and Herald, 12 de junio de 1888.
La mente natural y egoísta, si se le permite seguir sus propios deseos pecaminosos, obrará sin motivos elevados, sin propender a la gloria de Dios, o al beneficio de la humanidad. Los pensamientos serán pecaminosos, única y continuamente pecaminosos. ... El Espíritu de Dios produce una nueva vida en el alma, conduciendo los pensamientos y los deseos a la obediencia de la voluntad de Cristo. ...
Los jóvenes debieran empezar a cultivar temprano en la vida los hábitos correctos de pensamiento. Debiéramos disciplinar la mente para pensar productivamente, y no permitirle que se espacie en aquellas cosas que son malas. ... Cuando Dios obra sobre el corazón, mediante el Espíritu Santo, el hombre debe colaborar con él. ...
Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando seria y sinceramente en las cosas que atañen a nuestra salvación eterna. La infinita misericordia y amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, exigen una seria y solemne reflexión. Debiéramos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e Intercesor. Debiéramos procurar comprender el significado del plan de salvación. Debiéramos meditar en la misión de Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Nuestra fe y amor se fortalecerán a través de la contemplación de los temas celestiales. Nuestras oraciones serán más y más aceptables a Dios porque estarán más y más mezcladas con fe y amor. Serán más inteligentes y fervorosas. Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una experiencia diaria y viva en la voluntad y el poder de Cristo para salvar hasta lo máximo a todos los que acuden a Dios mediante él. ...
El alma experimentará hambre y sed de ser
hecha semejante a Aquel que adoramos. Cuanto más permanezcan en Cristo nuestros
pensamientos, tanto más hablaremos de él a otros, y lo representaremos ante el
mundo.—Ibid.
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