lunes, 27 de mayo de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El espíritu dado condicionalmente


Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de él?
Lucas 11:13.


Cristo ha prometido el don de su Espíritu a su iglesia, y la promesa nos pertenece tanto a nosotros como a los primeros discípulos. Pero ésta, como otras promesas, también es dada bajo una condición. Hay muchos que creen y profesan pedir el cumplimiento de la promesa del Señor; hablan acerca de Cristo y acerca del Espíritu Santo, y sin embargo no reciben ningún beneficio. No entregan el alma para ser guiada y regida por los instrumentos divinos. No podemos utilizar al Espíritu Santo. El Espíritu Santo ha de usarnos a nosotros. Mediante el Espíritu, Dios obra en su pueblo “el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:13. Pero muchos no quieren someterse a esto. Quieren gobernarse a sí mismos. Por esto no reciben el don celestial. El Espíritu es dado únicamente a aquellos que esperan con humildad en Dios, quienes buscan su dirección y gracia. ...


No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo a un lado el yo, permite que el Espíritu Santo obre en su corazón, y vive una vida plenamente consagrada a Dios. ... Si su pueblo quita las obstrucciones, él derramará las aguas de la salvación en corrientes abundantes, mediante los canales humanos. ...

El Espíritu proporciona la fortaleza que sustenta al alma que lucha y se esfuerza en toda emergencia, en medio de la hostilidad de los parientes, del odio del mundo, de la comprensión de sus propias imperfecciones y errores.


La unión del esfuerzo divino y humano, la estrecha conexión, primero, último y siempre con Dios, la fuente de toda fortaleza—esto es absolutamente necesario.—The Review and Herald, 19 de mayo de 1904.


A Jesús, quien se vació a sí mismo por la salvación de la humanidad perdida, le fué concedido abundantemente el Espíritu Santo. Así será dado a cada seguidor de Cristo, cuando todo el corazón le sea entregado para que more en él. Nuestro Señor mismo dió la orden: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18), y esta orden también es una promesa de su cumplimiento. Fué del agrado del Padre que en Cristo habitara toda la plenitud, y que en él estemos cumplidos. Colosenses 2:9, 10.—The Review and Herald, 5 de noviembre de 1908.

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