La entrega al dominio del
espíritu
Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Romanos 8:13, 14.
La voluntad del hombre es agresiva, y constantemente se esfuerza por someter todas las cosas a sus designios. Si se alista al lado de Dios y del bien, los frutos del Espíritu aparecerán en la vida, y Dios ha señalado gloria, honra y paz a cada persona que obra el bien.
Cuando se permite que Satanás moldeé la voluntad, él la utiliza para cumplir sus fines. ... Estimula las propensiones al mal, despierta las pasiones y las ambiciones impías. El dice: “Yo te daré todo este poder, estos honores, riquezas y placeres pecaminosos”; pero, pone por condición la entrega de la integridad y el embotamiento de la conciencia. Así degrada las facultades humanas, y las pone en cautividad para obrar el mal.—The Review and Herald, 25 de agosto de 1896.
Pero Dios siempre procura impresionar nuestros corazones con el Espíritu Santo, para que seamos convencidos de pecado, de la justicia y del juicio por venir. Podemos poner nuestra voluntad del lado de la voluntad de Dios, y en su fortaleza y gracia resistir las tentaciones del enemigo. Cuando nos entregamos a las influencias del Espíritu de Dios, nuestra conciencia se hace tierna y sensible, y el pecado que habíamos pasado sin dedicarle mucha atención, se torna excesivamente pecaminoso.—The Signs of the Times, 4 de septiembre de 1893, pp. 679.
Dios pide a los hombres que se opongan a los poderes del mal. El dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado por instrumentos de iniquidad; antes presentaos a Dios como vivos de los muertos, y vuestros miembros a Dios por instrumentos de justicia”. Romanos 6:12, 13. ...
En este conflicto de la justicia contra la injusticia, podemos tener éxito únicamente mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe someterse a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la voluntad divina. Esto nos proporcionará la ayuda del Espíritu Santo, y cada conquista ayudará a recuperar la posesión adquirida por Dios, a restaurar su imagen en el alma.—The Review and Herald, 25 de agosto de 1896.
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