miércoles, 19 de junio de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Bajo el yugo de Cristo


El que ama a su hermano, está en luz, y no hay tropiezo en él.
1 Juan 2:10.


Satanás, mediante sus tentaciones, está procurando obtener ventaja sobre las almas. Que ninguna cosa que hagáis o digáis resulte una tentación o un desánimo para otras almas. Recordad que esas almas son la adquisición de la sangre de Cristo. Cada alma es preciosa. Únicamente cuando contempléis la cruz del Calvario, podréis colocar la debida estima sobre el alma. Cuán triste sería que alguna cosa que dijerais o hicierais, impulsara al alma en la dirección equivocada. Estáis atados con las cuerdas de la obligación a Dios y a vuestros semejantes; no podéis romper estas ataduras, y libertaros de estas obligaciones.—Carta 13a, 1879, pp. 1.


No os perturbéis por lo que otras personas puedan pensar o decir, ... sino que aferraos al Señor; nunca os fallará. ... Siempre debemos recordar que Satanás trabaja duramente para ganar a toda alma. Debemos trabajar al lado del Señor, sin dar la mínima ocasión de la cual otro pueda obtener ventaja. ... Si se pronuncian palabras y se hacen cargos contra vosotros para provocaros, el mejor reproche que podéis hacer es permanecer silenciosos, como si no hubierais oído. ... Debemos recordar que estamos bajo el yugo de Cristo, y no debemos deshonrar a nuestro Salvador o el yugo que él nos ha invitado a llevar. Mientras llevemos el yugo, gobernaremos nuestro espíritu con seguridad.—Carta 117, 1899.

Lo que otros puedan decir, lo que otros puedan hacer, y lo que otros puedan pensar de vosotros, no cambiará los pensamientos de Dios acerca de vosotros. El que hace justicia es justo, y la opinión del hombre no cambiará su carácter. ... Jesús os ama; y él no se fija en la apreciación humana de vuestro carácter. Debéis contemplar a Jesús y reflejar su imagen. Mantened su amor en vuestros pensamientos. Invitad al Huésped celestial a morar con vosotros. ...


Que vuestro espíritu sea limpiado de todo pensamiento terreno, no santificado, sin caridad. Que vuestras palabras sean limpias, santificadas, vivificadoras y que refresquen a todos aquellos con quienes os asociéis. No seáis provocados fácilmente. Que la alabanza del Señor esté en vuestros corazones y en vuestros labios, para que ninguna cosa mala pueda decirse con verdad de vosotros.—Carta 102, 1899, pp. 2-4.

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