martes, 23 de julio de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

La Biblia me habla

Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Jeremías 6:16.
 
El Santo ha dado reglas para la dirección de cada alma para que nadie pierda su camino. Estas instrucciones lo significan todo para nosotros, porque forman la norma a que debe conformarse todo hijo e hija de Adán. No podemos apartarnos de cualquiera de estas reglas divinas y ser tenidos sin culpa. Se requiere que hagamos de la voluntad de Dios lo supremo en nuestras vidas, y que tengamos una fe que obre por amor y purifique el alma. Yo quisiera instaros a alejaros del terreno peligroso por el cual vuestros pies están naturalmente inclinados a andar.
Tomad la Palabra de Dios, y arrodillándoos delante de Dios preguntad: ¿Qué ha hablado Dios para mí en su Palabra? Esperad delante de Dios para aprender cuál es el camino que él quiere que sigáis. ... Podéis aprender del Maestro celestial su humildad y mansedumbre de corazón. Estad firmes en su poder, y estad en oposición a todo lo que le desagrada a Dios, y fomentad todo lo que es recto, puro y verdadero. Vivid una vida que Jesús, nuestro Padre celestial, y las huestes angélicas puedan considerar con favor.
El Señor será vuestro ayudador, y si confiáis en él, él os llevará a alcanzar una norma noble y elevada, y colocará vuestros pies sobre la plataforma de la verdad eterna. Mediante la gracia de Cristo podéis realizar un debido uso de las capacidades que se os han confiado. Podéis llegar a ser instrumentos de bien en la ganancia de almas para Cristo. Todo talento que tenéis debe ser utilizado en forma correcta.
Aquellos jóvenes que se colocan toda la armadura de Dios, que dedican tiempo cada día al examen propio, que buscan al Señor en ferviente oración, que estudian las Escrituras con diligencia, tendrán la ayuda de los ángeles de Dios, y formarán caracteres que los capacitarán para la sociedad de los redimidos en el reino de gloria.—Carta 57, 1894.
Que el buscador de la verdad que acepta la Biblia como la Palabra inspirada de Dios deje a un lado toda idea previa, y tome esa palabra en su simplicidad. Debiera abandonar toda práctica pecaminosa, e iniciar su estudio con el corazón enternecido y subyugado, listo para escuchar lo que Dios dice.
 
No llevéis vuestro credo a la Biblia, para leer las Escrituras a la luz de ese credo. Si encontráis que vuestras opiniones son opuestas a un claro “Así dice Jehová”, o a cualquier mandamiento o prohibición que él ha dado, atended la Palabra de Dios antes que lo que los hombres dicen. Que cualquier controversia o disputa, sea resuelta por un “Escrito está”.
Que el corazón sea enternecido y subyugado por el espíritu de oración antes de comenzar la lectura de la Biblia. La verdad triunfará cuando el Espíritu de verdad colabore con el humilde estudiante de la Biblia. ¡Cuán precioso es el pensamiento de que el Autor de la verdad todavía vive y reina! Pedidle que impresione vuestras mentes con la verdad. Entonces será provechosa vuestra investigación de las Escrituras. Cristo es el gran Maestro de sus seguidores, y no permitirá que andéis en tinieblas.
La Biblia es su propio intérprete. Con hermosa sencillez, una parte se relaciona con la verdad de otra parte, hasta que toda la Biblia constituye un todo armonioso. La luz procede de un texto para iluminar alguna porción de la Palabra que parecía más oscura.—The Review and Herald, 13 de agosto de 1959.
Las lecciones de Cristo soportarán un denso estudio. Una verdad comprendida en su sencillez, demostrará ser la llave para todo un cúmulo de verdad. Cristo es el gran misterio de la piedad. El es el Maestro que esparce los dorados granos de la verdad, los cuales, para recogerlos y unirlos en la cadena de la verdad requieren tacto, habilidad, profundidad, y laboriosidad de investigación. La Palabra es la tesorería de la verdad. Nos proporciona todas las cosas esenciales para prepararnos para nuestra entrada en la ciudad de Dios.—Manuscrito 8, 1898, pp. 4

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