jueves, 1 de agosto de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El secreto de la santidad

Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad. Efesios 4:24.

Ningún hombre recibe la santidad como derecho de nacimiento, o como un don de cualquier otro ser humano. La santidad es el don de Dios mediante Cristo. Aquellos que reciben al Salvador se hacen hijos de Dios. Son sus hijos espirituales, nacidos otra vez, renovados en justicia y en verdadera santidad. Sus mentes son transformadas. Contemplan las realidades eternas con una clara visión. Son adoptados en la familia de Dios, y se transforman a su semejanza, cambiados de gloria en gloria por su Espíritu. Primero se complacían en el amor supremo de sí mismos y luego llegan a complacerse en el amor supremo a Dios y a Cristo.

El secreto de la santidad consiste en aceptar a Cristo como un Salvador personal, y en seguir su ejemplo de abnegación.—The Signs of the Times, 17 de diciembre de 1902.

La santidad no es una emoción; es el resultado de la entrega a Dios; consiste en vivir cada palabra que procede de la boca de Dios; consiste en hacer la voluntad de nuestro Padre celestial; consiste en confiar en Dios en las dificultades, en creer en sus promesas, en las tinieblas tanto como en la luz. La religión consiste en andar por la fe, tanto como por la vista, confiando en Dios con toda confianza, y descansando en su amor.—The Youth’s Instructor, 17 de febrero de 1898, pp. 123.

La santificación es un estado de santidad, tanto adentro como afuera; es pertenecer a Dios en forma consagrada y sin reserva, no como mero formalismo, sino en verdad. Toda impureza de pensamiento, toda pasión concupiscente, separa el alma de Dios, porque Cristo no puede poner su ropaje de justicia sobre un pecador para ocultar su deformidad. ... Debe haber una obra progresiva de triunfo sobre el mal, de simpatía por el bien; debe haber un reflejo del carácter de Jesús. Debemos andar a la luz que aumentará y se tornará más brillante hasta que sea el día perfecto. Es un crecimiento real, sustancial, que finalmente alcanzará a la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús.

El cielo es un lugar feliz porque es un lugar santo. La conformidad a la semejanza del carácter de Cristo, el triunfo sobre todo pecado y tentación, el andar en el temor de Dios, el poner al Señor continuamente delante de nosotros, proporcionará paz y gozo en la tierra y asegurará una pura felicidad en el cielo.—Carta 12, 1890.

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