viernes, 30 de agosto de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Estudiando el carácter de Cristo

Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos.
Salmos 119:6.

En este mundo podemos llegar a estar desesperadamente perplejos, como el diablo quiere que lo estemos, si persistimos en contemplar aquellas cosas que son perturbadoras, porque al espaciarnos en ellas, y al hablar de ellas, nos desanimamos. Al criticar a otros porque no manifiestan amor, ¿mantenemos la preciosa planta del amor en nuestros propios corazones? ¿Hemos apreciado individualmente y sentido el calor del amor que Cristo manifestó en su vida? Entonces es nuestro deber manifestar este amor al mundo. Temamos espaciarnos, y contemplar y hablar de las grandes faltas que otros cometen.

Podéis crear un mundo irreal en vuestra mente e imaginar una iglesia ideal, donde las tentaciones de Satanás ya no induzcan al mal, pero la perfección existe únicamente en vuestra imaginación. El mundo es un mundo caído, y la iglesia es un lugar representado por un campo en el cual crecen la cizaña y el trigo. Deben crecer juntos hasta la cosecha. No es nuestro deber desarraigar la cizaña, según la sabiduría humana, no sea que por las sugerencias de Satanás el trigo también sea desarraigado.

Nadie necesita perder los dorados momentos de su tiempo en la corta historia de su vida tratando de pesar las imperfecciones de los cristianos profesos. Ninguno de nosotros tiene tiempo para esto. Si vemos claramente cuál es el carácter que los cristianos deberían desarrollar, y todavía vemos en otros cosas que son inconsecuentes con este carácter, determinemos que resistiremos firmemente al enemigo en esta tentación de hacernos obrar de una manera inconsecuente, y digamos: “No haré que Cristo se avergüence de mí. Estudiaré sinceramente el carácter de Cristo en quien no hubo imperfección, ni egoísmo, ni mancha, ni arruga de mal, quien no vivió para agradarse y glorificarse a sí mismo, sino para glorificar a Dios y salvar a la humanidad caída. No copiaré los defectos de carácter de aquellos cristianos inconsecuentes. ... Me volveré hacia el precioso Salvador, para ser semejante a él”.—Carta 63, 1893, pp. 6-8.

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