bendición del trabajo
Dios colocó a nuestros primeros padres en el paraíso y los rodeó de todo lo que era útil y hermoso. En su hogar edénico no faltaba ninguna cosa que pudiera servir para su bienestar y felicidad, y a Adán se le dió el trabajo de cuidar el huerto. El Creador sabía que Adán no podía ser feliz sin una ocupación. La hermosura del huerto le deleitaba, pero esto no era suficiente. Debía tener un trabajo para poner en ejercicio los admirables órganos de su cuerpo. Si la felicidad hubiera consistido en no hacer nada, el hombre, en su condición de santa inocencia, habría sido dejado sin ocupación. Pero Aquel que creó al hombre sabía lo que convenía para su felicidad; y no bien lo hubo creado, le señaló un trabajo. La promesa de gloria futura, y el decreto de que el hombre debe trabajar para obtener su pan cotidiano, proceden del mismo trono.
Cuando el cuerpo está inactivo, la sangre fluye perezosamente y los músculos disminuyen en medida y poder. ... El ejercicio físico, y el uso abundante de aire y de luz solar—bendiciones que el cielo ha derramado abundantemente sobre todos—le proporcionarían vida y fuerza a más de un extenuado inválido. ... El trabajo es una bendición y no una maldición. El trabajo diligente resguarda a muchos, jóvenes y viejos, de las trampas de aquel que “encuentra algún mal para que hagan las manos ociosas”. Que ninguno se avergüence del trabajo, porque el trabajo honrado es ennoblecedor. Mientras las manos están ocupadas en las tareas más comunes, la mente debe estar llena con pensamientos elevados y santos.
La somnolencia y la indolencia destruyen la piedad y ofenden al Espíritu de Dios. Una laguna estancada es desagradable, pero una corriente pura esparce salud y alegría sobre la tierra. Ningún hombre o mujer que esté convertido puede ser otra cosa que un trabajador. Ciertamente que en el cielo hay trabajo y lo habrá siempre. Los redimidos no vivirán en un estado de soñadora ociosidad. Hay un reposo para el pueblo de Dios, un reposo que encontrarán sirviendo a Aquel a quien deben todo lo que tienen y lo que son.—The Youth’s Instructor, 27 de febrero de 1902.
Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos y sé sabio. Proverbios 6:6.
Dios colocó a nuestros primeros padres en el paraíso y los rodeó de todo lo que era útil y hermoso. En su hogar edénico no faltaba ninguna cosa que pudiera servir para su bienestar y felicidad, y a Adán se le dió el trabajo de cuidar el huerto. El Creador sabía que Adán no podía ser feliz sin una ocupación. La hermosura del huerto le deleitaba, pero esto no era suficiente. Debía tener un trabajo para poner en ejercicio los admirables órganos de su cuerpo. Si la felicidad hubiera consistido en no hacer nada, el hombre, en su condición de santa inocencia, habría sido dejado sin ocupación. Pero Aquel que creó al hombre sabía lo que convenía para su felicidad; y no bien lo hubo creado, le señaló un trabajo. La promesa de gloria futura, y el decreto de que el hombre debe trabajar para obtener su pan cotidiano, proceden del mismo trono.
Cuando el cuerpo está inactivo, la sangre fluye perezosamente y los músculos disminuyen en medida y poder. ... El ejercicio físico, y el uso abundante de aire y de luz solar—bendiciones que el cielo ha derramado abundantemente sobre todos—le proporcionarían vida y fuerza a más de un extenuado inválido. ... El trabajo es una bendición y no una maldición. El trabajo diligente resguarda a muchos, jóvenes y viejos, de las trampas de aquel que “encuentra algún mal para que hagan las manos ociosas”. Que ninguno se avergüence del trabajo, porque el trabajo honrado es ennoblecedor. Mientras las manos están ocupadas en las tareas más comunes, la mente debe estar llena con pensamientos elevados y santos.
La somnolencia y la indolencia destruyen la piedad y ofenden al Espíritu de Dios. Una laguna estancada es desagradable, pero una corriente pura esparce salud y alegría sobre la tierra. Ningún hombre o mujer que esté convertido puede ser otra cosa que un trabajador. Ciertamente que en el cielo hay trabajo y lo habrá siempre. Los redimidos no vivirán en un estado de soñadora ociosidad. Hay un reposo para el pueblo de Dios, un reposo que encontrarán sirviendo a Aquel a quien deben todo lo que tienen y lo que son.—The Youth’s Instructor, 27 de febrero de 1902.
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