Examinaos
Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos. ¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? si ya no sois reprobados. 2 Corintios 13:5.
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe”. Muchos ... responden de inmediato: “Por supuesto; yo estoy en fe, creo todo punto de la verdad”. Pero, ¿practicáis lo que creéis? ¿Estáis en paz con Dios y con vuestros hermanos? ¿Podéis orar con sinceridad: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”? ... ¿No hay amargura en vuestros corazones, no hay envidia, celos, no hay malas suposiciones, ... no hay deseos de obtener favores y honores especiales, ni deseos de obtener la supremacía? ...
Hacemos bien en examinarnos a nosotros mismos para ver qué clase de espíritu estamos fomentando. Aprendamos a hablar amable y serenamente, aun en las circunstancias más difíciles. Controlemos no sólo nuestras palabras, sino nuestros pensamientos y nuestra imaginación. Seamos amables y corteses.—The Review and Herald, 29 de abril de 1884.
Muchos son sensibles a su gran deficiencia, y leen, oran y resuelven, y sin embargo no realizan ningún progreso. Parecen ser incapaces de resistir la tentación. La razón es que no profundizan suficientemente. No buscan una cabal conversión del alma, para que las corrientes que salen de ella sean puras, y el comportamiento pueda testificar que Cristo reina adentro.
Todos los defectos de carácter se originan en el corazón. El orgullo, la vanidad, el mal genio y la codicia proceden del corazón carnal que no ha sido renovado por la gracia de Cristo. Si el corazón es refinado, enternecido y ennoblecido, las palabras y la acción darán testimonio de ello. Cuando el alma se ha entregado enteramente a Dios, habrá una firme confianza en sus promesas, y habrá oración ferviente y esfuerzo decidido por controlar las palabras y las acciones.—The Review and Herald, 1 de septiembre de 1885.
Examinemos nuestros corazones a la luz de los grandes principios de la ley de Dios como Cristo los definió: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).—The Review and Herald, 29 de abril de 1884.
Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos. ¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? si ya no sois reprobados. 2 Corintios 13:5.
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe”. Muchos ... responden de inmediato: “Por supuesto; yo estoy en fe, creo todo punto de la verdad”. Pero, ¿practicáis lo que creéis? ¿Estáis en paz con Dios y con vuestros hermanos? ¿Podéis orar con sinceridad: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”? ... ¿No hay amargura en vuestros corazones, no hay envidia, celos, no hay malas suposiciones, ... no hay deseos de obtener favores y honores especiales, ni deseos de obtener la supremacía? ...
Hacemos bien en examinarnos a nosotros mismos para ver qué clase de espíritu estamos fomentando. Aprendamos a hablar amable y serenamente, aun en las circunstancias más difíciles. Controlemos no sólo nuestras palabras, sino nuestros pensamientos y nuestra imaginación. Seamos amables y corteses.—The Review and Herald, 29 de abril de 1884.
Muchos son sensibles a su gran deficiencia, y leen, oran y resuelven, y sin embargo no realizan ningún progreso. Parecen ser incapaces de resistir la tentación. La razón es que no profundizan suficientemente. No buscan una cabal conversión del alma, para que las corrientes que salen de ella sean puras, y el comportamiento pueda testificar que Cristo reina adentro.
Todos los defectos de carácter se originan en el corazón. El orgullo, la vanidad, el mal genio y la codicia proceden del corazón carnal que no ha sido renovado por la gracia de Cristo. Si el corazón es refinado, enternecido y ennoblecido, las palabras y la acción darán testimonio de ello. Cuando el alma se ha entregado enteramente a Dios, habrá una firme confianza en sus promesas, y habrá oración ferviente y esfuerzo decidido por controlar las palabras y las acciones.—The Review and Herald, 1 de septiembre de 1885.
Profesamos una fe grande y santa; y nuestros caracteres deben estar de acuerdo con esa fe, y con la gran norma moral de Dios. ...
Examinemos nuestros corazones a la luz de los grandes principios de la ley de Dios como Cristo los definió: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).—The Review and Herald, 29 de abril de 1884.