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En cierta oportunidad, mientras examinaba los libros de la biblioteca de la universidad, Lutero descubrió una Biblia en latín. Antes había escuchado algunos fragmentos de los Evangelios y de las epístolas en el culto público, y llegó a la conclusión de que eso debía ser toda la Palabra de Dios. Ahora, por primera vez, veía una Biblia completa. Con una mezcla de temor y admiración hojeó las páginas sagradas; con pulso acelerado y corazón conmovido leyó por sí mismo las palabras de vida, deteniéndose de vez en cuando para exclamar: “¡Oh, si Dios me diera este libro para tenerlo yo mismo para mí!” Los ángeles del cielo estaban a su lado, y los rayos de luz procedentes del trono de Dios revelaron tesoros de verdad a su entendimiento. Siempre temió ofender a Dios, pero entonces la profunda convicción de su condición pecaminosa se apoderó de él como nunca antes. Un ferviente deseo de ser libre del pecado y encontrar paz con Dios lo indujo finalmente a entrar al claustro y dedicarse a la vida monacal.
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