Apesar de haber renunciado al romanismo, los reformadores ingleses conservaron muchas de sus formas. De manera que aunque habían rechazado la autoridad y el credo de Roma, no pocas de sus costumbres y ceremonias se incorporaron en el ritual de la iglesia anglicana. Se aseveraba que estas cosas no eran asuntos de conciencia; que por más que no estaban ordenadas en las Santas Escrituras, y por lo mismo no eran necesarias, sin embargo como tampoco estaban prohibidas no eran intrínsecamente malas. Por la observancia de esas prácticas se hacía menos notable la diferencia que separaba de Roma a las iglesias reformadas y se procuraba a la vez promover con más esperanzas de éxito la aceptación del protestantismo entre los romanistas.
Para los conservadores y los partidarios de las transigencias, estos argumentos eran decisivos. Empero había otros que no pensaban así. El mero hecho de que semejantes prácticas “tendían a colmar la sima existente entre Roma y la Reforma” (Martyn 5:22), era para ellos argumento terminante contra la conservación de las mismas. Las consideraban como símbolos de la esclavitud de que habían sido libertados y a la cual no tenían ganas de volver. Argüían que en su Palabra Dios tiene establecidas reglas para su culto y que los hombres no tienen derecho para quitar ni añadir otras. El comienzo de la gran apostasía consistió precisamente en que se quiso suplir la autoridad de Dios con la de la iglesia. Roma empezó por ordenar cosas que Dios no había prohibido, y acabó por prohibir lo que él había ordenado explícitamente. Muchos deseaban ardientemente volver a la pureza y sencillez que caracterizaban a la iglesia primitiva. Consideraban muchas de las costumbres arraigadas en la iglesia anglicana como monumentos de idolatría y no podían en conciencia unirse a dicha iglesia en su culto; pero como la iglesia estaba sostenida por el poder civil no consentía que nadie sustentara opiniones diferentes en asunto de formas. La asistencia a los cultos era requerida por la ley, y no podían celebrarse sin licencia asambleas religiosas de otra naturaleza, so pena de prisión, destierro o muerte. A principios del siglo XVII el monarca que acababa de subir al trono de Inglaterra declaró que estaba resuelto a hacer que los puritanos “se conformaran, o de lo contrario [...] que fueran expulsados del país, o tratados todavía peor” (George Bancroft, History of the United States of America, parte 1, cap. 12). Acechados, perseguidos, apresados, no esperaban mejores días para lo por venir y muchos se convencieron de que para los que deseaban servir a Dios según el dictado de su conciencia, “Inglaterra había dejado de ser lugar habitable” (J. G. Palfrey, History of New England, cap. 3). Algunos decidieron refugiarse en Holanda. A fin de lograrlo tuvieron que sufrir pérdidas, cárceles y mil dificultades. Sus planes eran frustrados y ellos entregados en manos de sus enemigos. Pero al fin triunfó su firme perseverancia y encontraron refugio en las playas hospitalarias de la república holandesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario