La oveja perdida
Se me remitió a la parábola de la oveja perdida. Se deja a las noventa y nueve en el desierto, y se inicia la búsqueda de aquella que se extravió. Cuando se la encuentra, el pastor la pone sobre sus hombros y regresa gozoso. No lo hace murmurando ni censura a la pobre oveja perdida por haberle causado tantas molestias, sino que regresa lleno de alegría con el peso de ésta sobre sus hombros.
Y aún se requiere una mayor demostración de gozo. Se llama a los amigos y vecinos para que se regocijen con el pastor, “porque he hallado mi oveja que se había perdido.” El haber hallado la oveja perdida constituye el motivo del regocijo: nadie se interesa más en el hecho de que se haya extraviado, porque el gozo de haberla encontrado de nuevo supera la pena de la pérdida y todos los cuidados, perplejidades y peligros que se afrontaron al buscar a la oveja perdida y al traerla de nuevo a un lugar seguro. “Os digo, que así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento.” Lucas 15:6, 7.
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