Es también, en gran medida, por medio de nuestras imprentas como debe cumplirse la obra de aquel otro ángel que baja del cielo con gran potencia y alumbra la tierra con su gloria.
La responsabilidad que recae sobre nuestras casas editoriales es solemne. Los que dirigen estas instituciones, los que redactan los periódicos y preparan los libros, alumbrados como están por la luz del plan de Dios y llamados a amonestar al mundo, son tenidos por responsables de las almas de sus semejantes. A ellos, como a los predicadores de la Palabra, se aplica el mensaje dado antaño por Dios a su profeta: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano.” Ezequiel 33:7, 8. Nunca se ha aplicado este mensaje con tanta fuerza como hoy. El mundo desprecia cada día más las exigencias de Dios. Los hombres se han envalentonado en sus transgresiones. La maldad de los habitantes de la tierra, casi ha hecho desbordar la copa de sus iniquidades. Casi ha llegado la tierra al punto en el cual Dios se dispone a abandonarla en manos del destructor. La substitución de leyes humanas en lugar de la ley de Dios, la exaltación del domingo prescrita por una simple autoridad humana en reemplazo del sábado bíblico, constituye el último acto del drama. Cuando esta substitución sea universal, Dios se revelará. Se levantará en su majestad y sacudirá poderosamente la tierra. Castigará a los habitantes del mundo por sus iniquidades; y la tierra no encubrirá más la sangre ni ocultará más sus muertos. El gran conflicto que Satanás hizo estallar en los atrios celestiales terminará antes de mucho. Pronto todos los habitantes de la tierra se habrán decidido en favor o en contra del gobierno del cielo. Como nunca antes, Satanás está desplegando su potencia engañosa para seducir y destruir a toda alma que no esté precavida. Se nos ordena invitar a los hombres a que se preparen para los acontecimientos que los esperan. Debemos advertir a los que se hallan expuestos a una destrucción inminente. El pueblo de Dios debe desplegar todas sus fuerzas para combatir los errores de Satanás y derribar sus fortalezas. Debemos explicar en el mundo entero, a todo ser humano que quiera escucharnos, los principios que están en juego en esa gran lucha, principios de los cuales depende el destino eterno de las almas. Debemos preguntar a todos solemnemente: “¿Sigue Vd. al gran apóstata en su desobediencia a la ley de Dios, o al Hijo de Dios quien declara: ‘He guardado los mandamientos de mi Padre’?” Tal es la tarea que está delante de nosotros. Para cumplirla han sido establecidas nuestras casas editoriales. Esta es la obra que el Señor desea ver realizarse por sus esfuerzos.
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