Lo
que caracterizará de un modo peculiar a los adoradores de Dios será su
respeto por el cuarto mandamiento, puesto que es la señal del poder
creador de Dios y atestigua que él tiene derecho a la veneración y al
homenaje de los hombres. Los impíos se distinguirán por sus esfuerzos
para derribar el monumento conmemorativo del Creador y exaltar en su
lugar la institución romana. En este conflicto, la cristiandad entera se
encontrará dividida en dos grandes clases: la que guardará los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús y la que adorará la bestia y su
imagen y recibirá su marca. No obstante los esfuerzos reunidos de la
iglesia y del estado para compeler a los hombres, “pequeños y grandes,
ricos y pobres, libres y siervos” a recibir la marca de la bestia, el
pueblo de Dios no se someterá. El profeta de Patmos vió a “los que
habían alcanzado la victoria de la bestia, y de su imagen, y de su
señal, y del número de su nombre, estar sobre el mar de vidrio, teniendo
las arpas de Dios” y cantando el cántico de Moisés, y del Cordero. Apocalipsis 13:16; 15:2, 3.
Pruebas
terribles esperan al pueblo de Dios. El espíritu de guerra agita las
naciones desde un cabo de la tierra hasta el otro. Mas a través del
tiempo de angustia que se avecina—un tiempo de angustia como no lo hubo
desde que existe nación,—el pueblo de Dios permanecerá inconmovible.
Satanás y su ejército no podrán destruirlo, porque ángeles poderosos lo protegerán.
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Los juicios de Dios.
El Señor está eliminando sus restricciones de la tierra, y pronto habrá
muerte y destrucción, aumento de la delincuencia, y crueles y malas
acciones contra los ricos que se han ensalzado contra los pobres. Los
que no tengan la protección de Dios no hallarán seguridad en ningún
lugar o posición. Los agentes humanos se adiestran y usan su poder
inventivo para poner en funcionamiento la maquinaria más poderosa para
herir y matar.
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Pronto
se producirán entre las naciones graves dificultades, que no cesarán
hasta que venga Cristo. Como nunca antes necesitamos unirnos para servir
a Aquel que ha preparado su trono en los cielos, y cuyo reino rige
sobre todos. Dios no ha abandonado a su pueblo, y nuestra fuerza estriba
en no abandonarle a él.
Los
juicios de Dios están en la tierra. Las guerras y los rumores de
guerras, la destrucción por incendios e inundaciones, dicen claramente
que el tiempo de angustia, que se ha de intensificar hasta el fin, está
muy cerca.
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Una generación escogida.
Dios dirige estas palabras a su pueblo: “Salid de en medio de ellos, y
apartaos, ... y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré a
vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas.” “Sois linaje
escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
luz admirable.” 2 Corintios 6:17, 18; 1 Pedro 2:9.
El pueblo de Dios debe distinguirse por un servicio completo, un
servicio de corazón; no debe arrogarse ningún honor, pero sí recordar
que ha hecho pacto solemne de servir al Señor, y a él solamente.
“Habló
además Jehová a Moisés, diciendo: Y tú hablarás a los hijos de Israel,
diciendo: Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal
entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy
Jehová que os santifico. Así que guardaréis el sábado, porque santo es a
vosotros: el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que
hiciere obra alguna en él, aquella alma será cortada de en medio de sus
pueblos. Seis días se hará obra, mas el día séptimo es sábado de reposo
consagrado a Jehová; cualquiera que hiciere obra el día del sábado,
morirá ciertamente. Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel;
celebrándolo por sus edades por pacto perpetuo: Señal es para siempre
entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los
cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó, y reposó.” Éxodo 31:12-17.
¿No
nos designan estas palabras a nosotros como el pueblo peculiar de Dios?
¿No nos dicen que siempre debemos amar la distinción sagrada puesta
sobre nosotros para distinguirnos como denominación? Los hijos de Israel
debían guardar el sábado de generación en generación, como una “alianza
perpetua.” El sábado no ha perdido nada de su significado. Es y será
para siempre jamás la señal entre Dios y su pueblo.