GUÍENOS
CRISTO
"Entonces,
acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El
respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del
reino de los cielos, mas a ellos no les es dado." Mat. 13: 10, 11.
Cristo dio a entender a sus discípulos que predicaba por medio de
parábolas y escondía las grandes verdades que presentaba, mediante expresiones
figuradas, para que las personas que no tenían la verdad ni la amaban, aquellos
cuyos corazones habían sido desviados por sus propios caracteres y su
inclinación a la complacencia propia, no pudieran conocer sus doctrinas. . .
Nuestro Señor calificó a los oidores infructuosos como escépticos,
superficiales o secularizados. Los tales no pueden percibir la gloria moral de
la verdad, o su aplicación práctica y personal a sus propios corazones. Carecen
de la fe que vence al mundo, y en consecuencia el mundo los vence a ellos. . .
El entendimiento se vuelve rápido y agudo sólo mediante la íntima
comunión con Dios. Los hombres del tiempo de Cristo se acarrearon esa ceguera
que aun viendo no ve, y esa sordera voluntaria que al oír no oye ni entiende.
Jesús les dijo que no tenían razón para sorprenderse de lo que había dicho con
respecto a su incredulidad, porque Isaías había predicho la misma cosa. [Se cita
Mat. 13: 13-15].
Muchos de los que profesan creer la verdad para este
tiempo estarán en una situación similar. No comprenderán la maravillosa obra de
Dios por medio de la cual confirma su Palabra. No se darán cuenta de que la obra
del Espíritu Santo es consecuencia de su poder, no porque no haya suficientes
evidencias, sino porque la rebeldía y la corrupción de sus propios corazones no
les permitirán reconocer con honestidad y sencillez el peso de esas evidencias,
porque sus pecados han endurecido sus almas, y la conformidad con el mundo ha
nublado su concepto de las cosas divinas. . . No están dispuestos a que se los
conduzca por la senda de la justicia que lleva hasta la ciudad de Dios. . .
Debemos confiar cabalmente en el Señor. Será para nosotros un pronto
auxilio en las tribulaciones. Esperemos en el Altísimo y ejerzamos fe en sus
promesas. Nos escuchará. Limitémonos a creer. El Capitán de nuestra salvación no
nos dejará conducir nuestro propio barco. Dispondremos de su ayuda y su
sabiduría justamente cuando las necesitemos ( Carta 24 , del 18 de diciembre de
1882, dirigida a W. C. White).