La obediencia al llamamiento de Dios
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame. Lucas 9:23.
Todos los que siguen a Cristo deberán practicar una genuina abnegación. Judas se propuso seguir a Cristo, y al mismo tiempo llevar a cabo sus planes egoístas y codiciosos. Tuvo los mismos privilegios que los demás discípulos. Tuvo los mismos privilegios de escuchar las lecciones de Cristo, que presentaban con sencillez la piedad práctica, pero no siempre le agradó la llana verdad. Lo hería, y en lugar de que Judas Iscariote aceptara esto como una obra personal, encontró errores en las palabras y las obras de Cristo, y criticó sus claras enseñanzas. En lugar de transformarse en su carácter, estaba cultivando el amor propio, la estima de sí mismo y el amor al dinero.—The Review and Herald, 21 de agosto de 1894.
Vivir para el yo es perecer. La codicia, el deseo de obtener beneficios personales, separa el alma de la vida. El espíritu de Satanás es acaparar, atraer hacia el yo. El Espíritu de Cristo es dar, sacrificar el yo por el bien de los demás.—Manuscrito 107, 1908, pp. 9.
En la vida de aquel que sigue al Salvador no puede haber una búsqueda egoísta. El verdadero cristiano descarta todo egoísmo de su corazón. ¿Cómo podría vivir para sí cuando piensa en Cristo pendiendo de la cruz, dando su vida para la vida del mundo? Cristo murió de una muerte vergonzosa en vuestro lugar. ¿Queréis consagraros a su servicio? ¿Queréis estar listos para hacer o ser cualquier cosa que él requiera? ¿Estáis dispuestos a poner a un lado el yo, o a poner en guardia al compañero que veis que cede a las tentaciones de Satanás? ¿Estáis dispuestos a sacrificar algunos de vuestros planes para procurar conducirlos a un camino seguro? Muchos jóvenes están en peligro y podrían salvarse si los cristianos manifestaran por ellos un interés amante y abnegado. ...
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame. Lucas 9:23.
Todos los que siguen a Cristo deberán practicar una genuina abnegación. Judas se propuso seguir a Cristo, y al mismo tiempo llevar a cabo sus planes egoístas y codiciosos. Tuvo los mismos privilegios que los demás discípulos. Tuvo los mismos privilegios de escuchar las lecciones de Cristo, que presentaban con sencillez la piedad práctica, pero no siempre le agradó la llana verdad. Lo hería, y en lugar de que Judas Iscariote aceptara esto como una obra personal, encontró errores en las palabras y las obras de Cristo, y criticó sus claras enseñanzas. En lugar de transformarse en su carácter, estaba cultivando el amor propio, la estima de sí mismo y el amor al dinero.—The Review and Herald, 21 de agosto de 1894.
Vivir para el yo es perecer. La codicia, el deseo de obtener beneficios personales, separa el alma de la vida. El espíritu de Satanás es acaparar, atraer hacia el yo. El Espíritu de Cristo es dar, sacrificar el yo por el bien de los demás.—Manuscrito 107, 1908, pp. 9.
En la vida de aquel que sigue al Salvador no puede haber una búsqueda egoísta. El verdadero cristiano descarta todo egoísmo de su corazón. ¿Cómo podría vivir para sí cuando piensa en Cristo pendiendo de la cruz, dando su vida para la vida del mundo? Cristo murió de una muerte vergonzosa en vuestro lugar. ¿Queréis consagraros a su servicio? ¿Queréis estar listos para hacer o ser cualquier cosa que él requiera? ¿Estáis dispuestos a poner a un lado el yo, o a poner en guardia al compañero que veis que cede a las tentaciones de Satanás? ¿Estáis dispuestos a sacrificar algunos de vuestros planes para procurar conducirlos a un camino seguro? Muchos jóvenes están en peligro y podrían salvarse si los cristianos manifestaran por ellos un interés amante y abnegado. ...
El verdadero cristiano trabaja incansablemente y en forma desinteresada para su Maestro. No busca la tranquilidad o la complacencia de sí mismo, sino que somete todo, aun la vida misma, al llamamiento de Dios. Y para él se pronuncian estas palabras: “El que perdiere su vida por causa de mí, la hallará” Mateo 10:39.—The Youth’s Instructor, 12 de junio de 1902, pp. 188