Someteos, pues a Dios; resistid al diablo, y huirá de
vosotros. Santiago 4:7.
A Eva le pareció algo insignificante arrancar el fruto
prohibido; éste era agradable a la vista y al paladar, y parecía
deseable para alcanzar sabiduría. ¡Pero qué terribles fueron los
resultados! No fue de poca importancia que ella perdiera su
vinculación con Dios. Eso abrió las compuertas de la desventura
para nuestro mundo. ¡Oh, cuánto mal puede acarrear un paso en
falso! Nuestros ojos no deben fijarse en la tierra, sino
elevarse al cielo. Debemos pasar por peligros y dificultades,
avanzando con cada paso, obteniendo victorias en cada conflicto,
superándonos más y más; el aire se vuelve más puro a medida que
el alma se acerca al cielo. La tierra ya no tiene atracción. El
paisaje celestial se presenta con claridad y belleza. El
cristiano ve la corona, el manto blanco, el arpa, la palma de
victoria; la inmortalidad está a su alcance. Entonces la tierra
desaparece de la vista...
Aunque perdamos todo lo demás, debiéramos mantener la conciencia
pura y sensible. Cuando se les pida que vayan donde haya el más
pequeño peligro de ofender a Dios, de hacer lo que no puedan
hacer con conciencia pura, no teman ni vacilen. Miren al
tentador firmemente en el rostro y digan: “No; no pondré en
peligro mi alma por ninguna atracción mundanal. Amo y temo a
Dios. No me arriesgaré a deshonrarle o desobedecerle por las
riquezas del mundo, el favor o el amor de una hueste de
parientes mundanos. Amo a Jesús quien murió por mí. Me ha
comprado con su sangre. Seré fiel a sus demandas y mi ejemplo
nunca será un excusa para que alguien se aparte de la recta
senda del deber. No seré siervo de Satanás y del pecado. Mi vida
será tal como para que deje tras sí una brillante estela hacia
el cielo”.
Una sola palabra en favor de Dios, tan sólo una firme y
silenciosa resistencia salvará no solamente sus propias almas,
sino también a centenares de otras...
Ha llegado el tiempo cuando cada alma debe mantenerse firme o
caer, de acuerdo con sus propios méritos. Quizás aparezcan en
nuestra mente unos pocos actos correctos, unos pocos buenos
impulsos como una evidencia de rectitud, pero Dios requiere todo
el corazón. No aceptará afectos divididos. Todo el ser debe
serle dado o no recibirá la ofrenda.
Debemos aprender ahora las lecciones de fe si hemos de
permanecer en pie en el tiempo de angustia que viene sobre todo
el mundo para probar a los que moran en la tierra. Debemos tener
el valor de los héroes y la fe de los mártires.—Carta 14, del 18
de enero de 1884, dirigida al “Hermano y la hermana Newton”, una
familia de laicos.*