Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar. Mateo 11:28.
Cristo empleó todos los medios posibles para cautivar la
atención del impenitente. Cuán tierno y considerado fue en su
trato con todos. Anhelaba romper el encanto de la infatuación
sobre los que estaban engañados por los agentes satánicos.
Anhelaba dar perdón y paz al alma contaminada por el pecado.
Cristo fue el poderoso Sanador de toda enfermedad espiritual y
física. ¡Mire, oh mire, al compasivo Redentor! Contémplelo con
el ojo de la fe caminando por las calles de las ciudades,
reuniendo en su derredor a los débiles y cansados. Los seres
humanos desvalidos y pecaminosos se agolpaban a su alrededor.
Vea a las madres con sus enfermos y agonizantes pequeños en los
brazos tratando de abrirse paso a través de la multitud a fin de
ser advertidas y recibir el toque sanador. Permita que el ojo de
la fe se posesione de la escena. Observe a las madres tratando
de llegar a El, pálidas, cansadas, casi desesperadas, pero
determinadas y perseverantes, sosteniendo en sus brazos su carga
de sufrimiento.
Mientras estas personas anhelantes son empujadas hacia atrás,
Cristo avanza hacia ellas paso a paso, hasta llegar a su lado.
Lágrimas de alegría y esperanza fluyen libremente porque la
atención de Jesús se dirige hacia ellas, y en sus ojos ven
expresada la más tierna compasión y amor tanto por las
debilitadas madres como por los dolientes niños. Las invita a
tener confianza, diciendo: “¿Qué puedo hacer por ti?” La madre
entre sollozos expresa su gran anhelo: “Señor, sana a mi hijo”.
Había manifestado su fe abriéndose paso hacia El, aunque no
sabía que El se estaba dirigiendo hacia ella. Cristo toma al
niño en sus brazos. Pronuncia la palabra, y la enfermedad huye
ante su toque. La palidez de muerte desaparece. La corriente de
vida fluye a través de sus venas. Los músculos reciben vigor.
Dirige a la madre palabras de consuelo y paz, y entonces otro
caso tan urgente como el anterior se presenta ante El. La madre
pide ayuda para ella y su hijo, porque los dos están padeciendo.
Con prontitud y gozo Cristo ejerce su poder vivificante, y ellos
alaban y dan honor y gloria a su nombre que hace cosas
maravillosas. Ninguna mirada de enojo en el semblante de Cristo alejaba al humilde suplicante de su presencia. Los sacerdotes y gobernantes trataban de desanimar a los sufrientes y necesitados diciéndoles que Cristo sanaba a los enfermos por el poder del demonio. Pero su obra no podía ser detenida. Estaba determinado a no abandonarla ni desanimarse. Sufriendo El mismo privaciones, viajó a través del país que fue escenario de sus labores
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