lunes, 12 de enero de 2015

Cristo, el poderoso sanador


Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mateo 11:28.
Cristo empleó todos los medios posibles para cautivar la atención del impenitente. Cuán tierno y considerado fue en su trato con todos. Anhelaba romper el encanto de la infatuación sobre los que estaban engañados por los agentes satánicos. Anhelaba dar perdón y paz al alma contaminada por el pecado.
Cristo fue el poderoso Sanador de toda enfermedad espiritual y física. ¡Mire, oh mire, al compasivo Redentor! Contémplelo con el ojo de la fe caminando por las calles de las ciudades, reuniendo en su derredor a los débiles y cansados. Los seres humanos desvalidos y pecaminosos se agolpaban a su alrededor. Vea a las madres con sus enfermos y agonizantes pequeños en los brazos tratando de abrirse paso a través de la multitud a fin de ser advertidas y recibir el toque sanador. Permita que el ojo de la fe se posesione de la escena. Observe a las madres tratando de llegar a El, pálidas, cansadas, casi desesperadas, pero determinadas y perseverantes, sosteniendo en sus brazos su carga de sufrimiento.
Mientras estas personas anhelantes son empujadas hacia atrás, Cristo avanza hacia ellas paso a paso, hasta llegar a su lado. Lágrimas de alegría y esperanza fluyen libremente porque la atención de Jesús se dirige hacia ellas, y en sus ojos ven expresada la más tierna compasión y amor tanto por las debilitadas madres como por los dolientes niños. Las invita a tener confianza, diciendo: “¿Qué puedo hacer por ti?” La madre entre sollozos expresa su gran anhelo: “Señor, sana a mi hijo”. Había manifestado su fe abriéndose paso hacia El, aunque no sabía que El se estaba dirigiendo hacia ella. Cristo toma al niño en sus brazos. Pronuncia la palabra, y la enfermedad huye ante su toque. La palidez de muerte desaparece. La corriente de vida fluye a través de sus venas. Los músculos reciben vigor.
Dirige a la madre palabras de consuelo y paz, y entonces otro caso tan urgente como el anterior se presenta ante El. La madre pide ayuda para ella y su hijo, porque los dos están padeciendo. Con prontitud y gozo Cristo ejerce su poder vivificante, y ellos alaban y dan honor y gloria a su nombre que hace cosas maravillosas. 
Ninguna mirada de enojo en el semblante de Cristo alejaba al humilde suplicante de su presencia. Los sacerdotes y gobernantes trataban de desanimar a los sufrientes y necesitados diciéndoles que Cristo sanaba a los enfermos por el poder del demonio. Pero su obra no podía ser detenida. Estaba determinado a no abandonarla ni desanimarse. Sufriendo El mismo privaciones, viajó a través del país que fue escenario de sus labores

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