Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y
diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero
no sea como yo quiero, sino como tú. Mateo 26:39.
Si la voluntad del Señor ha de llegar a ser la nuestra,
necesitamos desde el mismo principio conocernos a nosotros
mismos. Podemos trazar planes basados en nuestras ambiciones
personales y en nuestros propósitos egoístas. El Señor conoce el
fin desde el principio. Comprende la relación que todo hombre
debiera tener con Dios y con su prójimo. El Señor puede ver que
el trato de una persona con otras que tienen cierta disposición
o carácter peculiares afectaría para mal a quienes se
relacionaran con esa persona. Quizá no se halle entre quienes
pueden razonar claramente de causa a efecto. Aquellos con los
cuales se relacione podrían ser precisamente los que no le
darían la ayuda que necesita.
El eslabonamiento de ciertos elementos puede producir resultados
desfavorables. Es por eso que el hombre no puede confiar en su
propio juicio. La experiencia lo convencerá de su error. El
Señor dispone lo que será de mayor beneficio espiritual al alma
que está en la balanza, lista para comenzar una nueva empresa
que significa más de lo que ella misma anticipa. ¿Qué debiera
hacer esa persona? Su única seguridad consiste en colocar a un
lado sus preferencias y planes, diciendo: “No se haga como yo
quiero, sino como tú”...
En los asuntos más pequeños tanto como en los más grandes, la
primera gran pregunta es: ¿Cuál es la voluntad de Dios en este
asunto?, pues su voluntad es mi voluntad. “El obedecer es mejor
que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los
carneros”. 1 Samuel 15:22. ¿Quién podrá dañarlo si es seguidor
de lo que es correcto? Dios puede requerir que un hombre realice
una tarea y ocupe una posición que es particularmente penosa y
agotadora. El Señor tiene una obra para esa persona, y al ocupar
ese lugar él arriesga su vida, su vida eterna futura. Esta fue
la posición que Cristo ocupó cuando vino a nuestro mundo, al
entrar en conflicto con el jefe rebelde de los ángeles caídos.
Dios trazó un plan y Cristo aceptó el encargo. Consintió en
encontrarse a solas con el enemigo, como cada ser humano debe
hacerlo. Se le proveyeron todos los poderes celestiales que
podían ayudarle en este gran conflicto. Y si el hombre camina en
el sendero de la voluntad de Dios será provisto del mismo poder
protector. Las mismas inteligencias celestiales servirán a los
que serán herederos de la salvación a fin de que puedan resultar
vencedores en cada tentación, grande o pequeña, como Cristo
venció. Pero cualquiera que se coloque en una posición de
peligro por algún motivo que no sea el de la obediencia a la
voluntad de Dios, caerá bajo el poder de la tentación.