Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra. Jeremías 31:16, 17.
Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompañará una multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria. Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia.—El Deseado de Todas las Gentes, 586.
El día de Dios revelará cuánto debe el mundo a las madres piadosas...
Cuando el juez se siente, y se abran los libros; cuando el gran Juez pronuncie el “bien, buen siervo y fiel”, y la corona de gloria inmortal se coloque sobre la cabeza del vencedor, muchos levantarán sus coronas a la vista de todo el universo y se las colocarán a sus madres diciendo: “Ella hizo de mí lo que soy por la gracia de Dios. Su instrucción, sus oraciones, fueron bendecidas para mi salvación eterna”.—The Signs of the Times, 11 de octubre de 1910.
Con indecible gozo, los padres contemplan la corona, la vestimenta, el arpa, dados a sus hijos. Los días de temor y esperanza han pasado. La semilla sembrada con lágrimas y oraciones puede haber parecido que se esparcía en vano, pero su cosecha se levanta con gozo al final. Sus hijos habrán sido redimidos.—The Signs of the Times, 1 de julio de 1886.
¡Oh maravillosa redención, tan descrita y tan esperada, contemplada con anticipación febril, pero jamás enteramente comprendida!—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 703.
Cristo ha sido un compañero diario y un amigo familiar para sus fieles seguidores. Estos han vivido en contacto íntimo, en constante comunión con Dios. Sobre ellos ha nacido la gloria del Señor. En ellos se ha reflejado la luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Ahora se regocijan en los rayos no empañados por la refulgencia y la gloria del Rey en su majestad. Están preparados para la comunión del cielo; pues tienen el cielo en sus corazones.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 347.