lunes, 12 de noviembre de 2012

Cada día con Dios. Elena G. de White

COMO TESORO ESCONDIDO


"Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así." Hech. 17: 11.

Mi esposo, el pastor José Bates, el Hno. Pierce, el Hno. Edson, hombre inteligente, noble y leal, y muchos otros cuyos nombres ahora no recuerdo, se encontraban entre los que, después que pasó el tiempo [22 de octubre] en 1844, se dedicaron a buscar la verdad. Estos hombres se juntaban en nuestras importantes reuniones para escudriñar la verdad como si fuera un tesoro escondido.

Yo me reuní con ellos, y estudiamos y oramos fervientemente, porque sentíamos que debíamos aprender la verdad de Dios. A menudo nos quedábamos orando hasta tarde, y a veces la noche entera, para recibir luz y estudiar la Palabra. Al ayunar y orar recibíamos gran poder. Pero yo no podía comprender los razonamientos de los hermanos. Mi mente estaba cerrada, por así decirlo, y no podía entender lo que estábamos estudiando. Entonces el Espíritu de Dios descendía sobre mí y me llevaba en visión, y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado estudiando, con instrucciones relativas a la actitud que debíamos asumir con respecto a la verdad y el deber.

Una línea de verdad que se extendía desde ese tiempo hasta el momento de entrar en la ciudad de Dios, aparecía nítidamente delante de mí, y yo daba a mis hermanos y hermanas la instrucción que a su vez el Señor me había dado. Ellos sabían que cuando yo no estaba en visión no podía entender esos asuntos, y aceptaban como luz del cielo las revelaciones que yo recibía. Así fueron firmemente establecidos los puntos principales de nuestra fe, tal como los sostenemos en la actualidad. Se definía claramente punto tras punto. . .

Todo el grupo de creyentes estaba unido en la verdad. Hubo quienes vinieron con doctrinas extrañas, pero nunca tuvimos temor de enfrentarlos. Nuestra experiencia fue maravillosamente consolidada por la revelación del Espíritu Santo. . .

Poco después del nacimiento de mi segundo hijo [1849], estuvimos sumamente perplejos con respecto a ciertos puntos de doctrina. Le pedí al Señor que desatara mi mente para poder comprender su Palabra. De repente me pareció estar envuelta por una luz clara y hermosa, y desde entonces las Escrituras han sido un libro abierto para mí ( Manuscrito 135 , del 4 de noviembre de 1903, "Cómo pusimos el fundamento de nuestra fe").

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