"No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros." Juan 14: 18.
Aunque no pude dormir muy bien anoche, mi paz era como un río. Mi amor por Jesús crece en mi corazón, y ciertamente lo amo, y de él mana la gratitud. El carácter precioso de la verdad divina aparece con mucha claridad y fuerza en mi mente, y anhelo comunicarlo a todos los que pueda alcanzar, para consolarlos y animarlos con el mismo consuelo con que yo soy consolada. No siento en lo más mínimo depresión de espíritu. Surgen en mi mente agradables visiones e ideas como si fueran preciosos paisajes dorados, y mi corazón está lleno de alegría, y siento un fuego en el alma que anhela hallar expresión.
Al leer las Escrituras, me parece que cada letra resplandece (las sentencias parecen tan frescas, nuevas e importantes), y mi corazón está en plena armonía con todas ellas. Me siento constantemente agradecida, aun de noche, cuando no puedo dormir.
Sé que en mi experiencia de todos los días está presente el Espíritu Santo cuando leo su Palabra para implantar la verdad en mi corazón, para que pueda manifestarla a los demás mediante mi vida y mi carácter. El Espíritu de Dios extrae la verdad de las páginas sagradas, donde él mismo las ha colocado, y la estampa en el alma. ¡Qué santa alegría, qué consuelo pueden llegar a ser nuestros para impartirlos a los demás!
Asistí a la reunión de la tarde [en Ballarat, Nueva Gales del Sur, Australia], y había más gente para oír la Palabra de lo que yo esperaba. Hablé acerca de Juan 14: 15-24. El Señor me dio palabras para hablar a la gente con el fin de presentarle la preciosa seguridad que da Cristo a todos los que conocen sus mandamientos y los guardan.
Jesús pide evidencias de su amor por él. "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14: 15). Si fuera imposible que guardáramos sus mandamientos, ¿por qué habría de dirigirnos, entonces, estas palabras? El siguiente versículo nos presenta un tesoro de conocimiento: "Y yo rogaré al Padre [aunque no esté con vosotros], y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (vers. 16). . .
¿No hay seguridad, acaso, en esta promesa? ¿Podrían ser más decididas y positivas otras palabras del Unigénito de Dios? (Diario, Manuscrito 2 , del 3 de diciembre de 1892).
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