viernes, 10 de mayo de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Monumentos conmemorativos


Tomó luego Samuel una piedra, y púsola entre Mizpa y Sen, y púsole por nombre Eben-ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová. 1 Samuel 7:12.


La menor bendición que recibamos, es de más ánimo para nosotros que la lectura de biografías referentes a la fe y la experiencia de notables hombres de Dios. Las cosas que hemos experimentado en nosotros mismos acerca de las bendiciones de Dios a través de sus benignas promesas, debemos conservarlas en la memoria y, seamos ricos o pobres, eruditos o ignorantes, debemos contemplar y considerar estas señales del amor de Dios. Cada señal del cuidado, la bondad y la misericordia de Dios debiera grabarse en forma indeleble, como un monumento recordativo en la memoria. Dios quiere que su amor y sus promesas estén escritos en las tablas de la mente. Guardad las preciosas revelaciones de Dios para que no se pierda ni se empañe ni una sola letra.


Cuando Israel obtuvo victorias especiales después de salir de Egipto, se establecieron monumentos para preservar el recuerdo de esas victorias. Dios le ordenó a Moisés y a Josué que edificaran recordativos. Cuando los israelitas ganaron una victoria especial sobre los filisteos, Samuel levantó una piedra conmemorativa y la llamó Eben-ezer, y dijo: “Hasta aquí nos ayudó Jehová”. ...


En vista de estas cosas pasadas, contemplemos las nuevas dificultades y las múltiples perplejidades, aun las aflicciones, las privaciones y las desgracias sin desmayar, sino mirando hacia el pasado y diciendo: “Hasta aquí nos ayudó Jehová. Encomendaré la protección de mi alma a Aquel que es un fiel Creador. El cuidará lo que le he confiado en el día difícil”.—Manuscrito 22, 1889, pp. 6.


Miremos los monumentos conmemorativos de lo que Dios ha hecho para confortarnos y salvarnos de la mano del destructor. Tengamos siempre presentes todas las tiernas misericordias que Dios nos ha mostrado: las lágrimas que ha enjugado, las penas que ha quitado, las ansiedades que ha alejado, los temores que ha disipado, las necesidades que ha suplido, las bendiciones que ha derramado, fortificándonos así a nosotros mismos, para todo lo que está delante de nosotros, en el resto de nuestra peregrinación.—El Camino a Cristo, 127.

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