martes, 14 de mayo de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Una regla de fe completa


Y el templo de Dios fué abierto en el cielo, y el arca de su testamento fué vista en su templo.
Apocalipsis 11:19.

Nuestro Redentor declara: “He aquí, he dado una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno puede cerrar”. Apocalipsis 3:8. A través de esta puerta abierta que da al templo de Dios, vemos la ley real, depositada en el arca del testamento. A través de esta puerta abierta la luz brilla desde esa ley, santa, justa y buena, presentando al hombre la verdadera norma de justicia, para que no cometa error en la formación de un carácter que cumplirá los requerimientos de Dios. Esa ley condena el pecado, y debemos desecharlo. El orgullo y el egoísmo no pueden encontrar lugar en el carácter sin expulsar a Aquel que fué manso y humilde de corazón.


La ley de Dios es la norma mediante la cual se probará el carácter; si establecemos una norma que nos convenga e intentamos seguir un criterio de nuestra propia construcción, finalmente fracasaremos por completo en nuestro esfuerzo por alcanzar el cielo. ...


La mente debe tributarle obediencia a la ley real de libertad, la ley que el Espíritu de Dios impresiona en el corazón, y hace claro al entendimiento. La expulsión del pecado debe ser un acto del alma misma, realizado al poner en ejercicio sus facultades más nobles. La única libertad que puede disfrutar una voluntad finita, consiste en estar en armonía con la voluntad de Dios, cumpliendo con las condiciones que hacen del hombre un participante de la naturaleza divina.—The Review and Herald, 24 de noviembre de 1885.


La ley de Dios dada en el Sinaí es una copia de la mente y la voluntad del Dios infinito. Los santos ángeles la reverencian como sagrada. Sus requisitos perfeccionarán el carácter cristiano y restaurarán al hombre, mediante Cristo, a la condición en que se encontraba antes de la caída. Los pecados prohibidos por la ley, nunca podrán encontrar lugar en el cielo.


Fué el amor de Dios al hombre lo que lo indujo a expresar su voluntad en los diez preceptos del Decálogo. ... Dios le ha dado al hombre en su ley una regla completa para la vida. Si obedece, vivirá por ello, mediante los méritos de Cristo. Si la transgrede, tiene poder para condenar. La ley envía a los hombres a Cristo, y Cristo les señala la ley.—The Review and Herald, 27 de septiembre de 1885.

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