lunes, 6 de mayo de 2013

Nuestra Elevada Vocación

Bendiciones para los que piden


No tenéis lo que deseáis, porque no pedís.
Santiago 4:2.


No podemos vivir sin la gracia de Cristo. Necesitamos la ayuda de arriba para resistir a las múltiples tentaciones de Satanás y escapar de sus artificios. En medio de la oscuridad prevaleciente debemos tener la luz de Dios para revelar las trampas y los lazos del error; de lo contrario seremos atrapados. Debiéramos aprovechar toda oportunidad de orar, tanto en secreto como alrededor del altar familiar. Muchos deben aprender a orar. ... Cuando con humildad le contamos al Señor nuestras necesidades, el Espíritu mismo intercede por nosotros; cuando nuestro sentido de necesidad nos induce a desnudar nuestras almas ante el ojo de la Omnipotencia que todo lo escudriña, nuestras oraciones fervientes y sinceras entran adentro del velo, nuestra fe reclama las promesas de Dios, y recibimos ayuda. ...

La oración es un deber y un privilegio. Debemos tener la ayuda que sólo Dios puede dar, y esa ayuda no la recibiremos si no la pedimos. Si nos sentimos demasiado justos para sentir la necesidad de recibir ayuda de Dios, no la tendremos en el momento de más necesidad. Si somos demasiado independientes y autosuficientes para confiar diariamente, mediante sincera oración, en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, quedaremos sujetos a las tentaciones de Satanás. ...


Las oraciones fervientes y sinceras ... proporcionarán fortaleza y gracia para resistir a los poderes de las tinieblas. Dios quiere bendecir. El está más deseoso de dar el Espíritu Santo a aquellos que se lo piden de lo que lo están los padres para dar buenas dádivas a sus hijos. Pero muchos no sienten su necesidad. No comprenden que no pueden hacer nada sin la ayuda de Jesús. ...


Me ha sido mostrado que los ángeles de Dios están listos para impartir gracia y poder a aquellos que sienten su necesidad de fortaleza divina. Pero estos mensajeros celestiales no derramarán bendiciones a menos que éstas sean solicitadas. Están esperando el clamor de las almas que sienten hambre y sed de la bendición de Dios; a menudo han esperado en vano. Hubo, en realidad, oraciones casuales, pero no eran las fervientes súplicas de corazones humildes y contritos. ...


Aquellos que quieren recibir la bendición del Señor deben preparar ellos mismos el camino, confesando los pecados, humillándose delante de Dios con verdadera penitencia y con fe en los méritos de la sangre de Cristo.—The Review and Herald, 24 de julio de 1883, pp. 466.

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