Examinar diligentemente cada creencia
Me volví y fije mi corazón para saber y examinar e inquirir la sabiduría y la razón, y para conocer la maldad de la insensatez y el desvarío del error. Eclesiastés 7:25.
Se me ha mostrado que muchos de los que profesan conocer la verdad presente no saben lo que creen. No comprenden las evidencias de su fe. No tienen una justa apreciación de la obra para el tiempo actual. Cuando venga el tiempo de prueba, habrá quienes, si bien están predicando ahora a otros, al examinar sus creencias hallarán que hay muchas cosas de las cuales no pueden dar una razón satisfactoria. Hasta que no sean así probados no conocerán su gran ignorancia.
Y en la iglesia son muchos los que se figuran comprender lo que creen, y no se percatan de su propia debilidad mientras no se levanta una controversia. Cuando estén separados de los que sostienen la misma fe, y estén obligados a destacarse solos para explicar su creencia, se sorprenderán al ver cuán confusas son sus ideas de lo que habían aceptado como verdad. Lo cierto es que ha habido entre nosotros un apartamiento del Dios vivo, una desviación hacia los mortales, y se pone la sabiduría humana en lugar de la divina.
Dios despertará a sus hijos; si otros medios fracasan, se levantarán herejías entre ellos, que los zarandearán, separando el tamo del trigo. El Señor invita a todos los que creen en su Palabra a que despierten. Ha llegado una luz preciosa, apropiada para este tiempo. Es la verdad bíblica, que muestra los peligros que están por sobrecogernos. Esta luz debe inducirnos a un estudio diligente de las Escrituras, y a un examen muy crítico de las creencias que sostenemos. Dios quiere que se examinen cabal y perseverantemente, con oración y ayuno, las opiniones y los fundamentos de la verdad. Los creyentes no han de confiar en suposiciones e ideas mal definidas de lo que constituye la verdad. Su fe debe estar firmemente basada en la Palabra de Dios, de manera que cuando llegue el tiempo de prueba, y sean llevados ante concilios para responder por su fe, puedan dar razón de la esperanza que hay en ellos con mansedumbre y temor.
Los que se han educado como disputadores están en grave peligro de no manejar la Palabra de Dios con justicia. Cuando hacemos frente a un oponente, nuestro ferviente esfuerzo debe tener por objeto presentar los temas de tal manera que despierten la convicción en su mente en vez de tratar simplemente de dar confianza al creyente.—Joyas de los Testimonios 2:312, 313.
Me volví y fije mi corazón para saber y examinar e inquirir la sabiduría y la razón, y para conocer la maldad de la insensatez y el desvarío del error. Eclesiastés 7:25.
Se me ha mostrado que muchos de los que profesan conocer la verdad presente no saben lo que creen. No comprenden las evidencias de su fe. No tienen una justa apreciación de la obra para el tiempo actual. Cuando venga el tiempo de prueba, habrá quienes, si bien están predicando ahora a otros, al examinar sus creencias hallarán que hay muchas cosas de las cuales no pueden dar una razón satisfactoria. Hasta que no sean así probados no conocerán su gran ignorancia.
Y en la iglesia son muchos los que se figuran comprender lo que creen, y no se percatan de su propia debilidad mientras no se levanta una controversia. Cuando estén separados de los que sostienen la misma fe, y estén obligados a destacarse solos para explicar su creencia, se sorprenderán al ver cuán confusas son sus ideas de lo que habían aceptado como verdad. Lo cierto es que ha habido entre nosotros un apartamiento del Dios vivo, una desviación hacia los mortales, y se pone la sabiduría humana en lugar de la divina.
Dios despertará a sus hijos; si otros medios fracasan, se levantarán herejías entre ellos, que los zarandearán, separando el tamo del trigo. El Señor invita a todos los que creen en su Palabra a que despierten. Ha llegado una luz preciosa, apropiada para este tiempo. Es la verdad bíblica, que muestra los peligros que están por sobrecogernos. Esta luz debe inducirnos a un estudio diligente de las Escrituras, y a un examen muy crítico de las creencias que sostenemos. Dios quiere que se examinen cabal y perseverantemente, con oración y ayuno, las opiniones y los fundamentos de la verdad. Los creyentes no han de confiar en suposiciones e ideas mal definidas de lo que constituye la verdad. Su fe debe estar firmemente basada en la Palabra de Dios, de manera que cuando llegue el tiempo de prueba, y sean llevados ante concilios para responder por su fe, puedan dar razón de la esperanza que hay en ellos con mansedumbre y temor.
Los que se han educado como disputadores están en grave peligro de no manejar la Palabra de Dios con justicia. Cuando hacemos frente a un oponente, nuestro ferviente esfuerzo debe tener por objeto presentar los temas de tal manera que despierten la convicción en su mente en vez de tratar simplemente de dar confianza al creyente.—Joyas de los Testimonios 2:312, 313.
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