Los protestantes
consideran hoy al romanismo con más favor que años atrás. En los países
donde no predomina y donde los partidarios del papa siguen una política
de conciliación para ganar influjo, se nota una indiferencia creciente
respecto a las doctrinas que separan a las iglesias reformadas de la
jerarquía papal; entre los protestantes está ganando terreno la opinión
de que, al fin y al cabo, en los puntos vitales las divergencias no son
tan grandes como se suponía, y que unas pequeñas concesiones de su parte
los pondrían en mejor inteligencia con Roma. Tiempo hubo en que los
protestantes estimaban altamente la libertad de conciencia adquirida a
costa de tantos sacrificios. Enseñaban a sus hijos a tener en
aborrecimiento al papado y sostenían que tratar de congeniar con Roma
equivaldría a traicionar la causa de Dios. Pero ¡cuán diferentes son los
sentimientos expresados hoy!
Los
defensores del papado declaran que la iglesia ha sido calumniada, y el
mundo protestante se inclina a creerlo. Muchos sostienen que es injusto
juzgar a la iglesia de nuestros días por las abominaciones y los
absurdos que la caracterizaron cuando dominaba en los siglos de
ignorancia y de tinieblas. Tratan de excusar sus horribles crueldades
como si fueran resultado de la barbarie de la época, y arguyen que las
influencias de la civilización moderna han modificado los sentimientos
de ella.
¿Habrán
olvidado estas personas las pretensiones de infalibilidad sostenidas
durante ochocientos años por tan altanero poder? Lejos de abandonar este
aserto lo ha afirmado en el
No hay comentarios:
Publicar un comentario