Para el alma humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo. El canto de alabanza, la oración, las palabras pronunciadas por los representantes de Cristo, son los agentes designados por Dios para preparar un pueblo para la iglesia celestial, para aquel culto más sublime, en el que no podrá entrar nada que corrompa.
Del carácter sagrado que rodeaba el santuario terrenal, los cristianos pueden aprender cómo deben considerar el lugar donde el Señor se encuentra con su pueblo. Ha habido un gran cambio, y no en el mejor sentido, sino en el peor, en los hábitos y costumbres de la gente con referencia al culto religioso. Las cosas preciosas y sagradas que nos relacionan con Dios, están perdiendo rápidamente su influencia, y son rebajadas al nivel de las cosas comunes. La reverencia que el pueblo tenía antiguamente por el santuario donde se encontraba con Dios en servicio sagrado, ha desaparecido mayormente. Sin embargo, Dios mismo dió el orden del servicio, ensalzándolo muy por encima de todo lo que tuviese naturaleza temporal.
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