domingo, 9 de abril de 2023

Sirvamos a Dios por principio


Vi que el cristiano no debe dar demasiado valor a los sentimientos de felicidad ni depender demasiado de ellos. Estos sentimientos no son siempre verdaderos guías. Cada cristiano debe procurar servir a Dios por principio, y no ser regido por los sentimientos. Al hacer esto, se ejercerá la fe y ella aumentará. Me fué mostrado que si el cristiano vive en forma humilde y abnegada, tendrá como resultado paz y gozo en el Señor. Pero la mayor felicidad que se experimentará provendrá de beneficiar a otros, hacer felices a los demás. Tal felicidad será duradera.

Muchos de los jóvenes no tienen principios fijos para servir a Dios. No ejercen la fe. Se hunden bajo cada nube. No tienen poder de resistencia, ni crecen en la gracia. Parecería que guardaran los mandamientos de Dios. Elevan de vez en cuando una oración formal, y se llaman cristianos. Sus padres ansían mucho verlos aceptar cualquier cosa que parezca ventajosa, pero no trabajan con ellos, ni les enseñan que la mente carnal debe morir. Los animan a adelantarse y desempeñar un papel. Pero no los inducen a escudriñar diligentemente su corazón, a examinarse y a calcular el costo de lo que significa ser cristiano. El resultado es que los jóvenes profesan ser cristianos sin probar suficientemente sus motivos. Dice el Testigo fiel: “Ojalá fueses frío o caliente. Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Apocalipsis 3:15, 16. Satanás acepta que seáis cristianos de nombre, porque así resultáis más convenientes para sus fines. Si tenéis una forma de piedad y no la verdadera, puede usaros como señuelo para atraer a otros al mismo estado de engaño propio. Algunas pobres almas os mirarán a vosotros en vez de recurrir a la norma de la Biblia; y no se elevarán más alto. Serán tan buenas como vosotros, y se quedarán satisfechas. A los jóvenes se los insta a menudo a cumplir con su deber, a hablar u orar en las reuniones; se les insta a que mueran al orgullo. Se les insta a cada paso. Una religión tal no vale nada. Si cambia el corazón carnal, no habrá tal obra rutinaria, ni personas de corazón frío que profesen servir a Dios. Todo el amor al vestido y a las apariencias habrá desaparecido. El tiempo que pasáis delante del espejo, arreglando vuestro cabello para que agrade al ojo, será dedicado a la oración y al escudriñamiento del corazón. En el corazón santificado no habrá cabida para el atavío exterior, sino una búsqueda ferviente y ansiosa del adorno interior: las gracias cristianas y los frutos del Espíritu de Dios. Dice el apóstol: “El adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas; sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios.” 1 Pedro 3:3, 4. Subyugad la mente carnal, reformad la vida, y no se idolatrará el pobre cuerpo mortal. Si se reforma el corazón, ello se notará en la apariencia exterior. Si Cristo es en nosotros la esperanza de gloria, descubriremos tan incomparables encantos en él que el alma se enamorará. Se aferrará a él, elegirá amarle, y por admiración a él, será olvidado el yo. Jesús será magnificado y adorado, y el yo humillado y abatido. Pero profesar el cristianismo sin este amor profundo, es simple palabrería, árido formalismo y penosa rutina. Muchos de vosotros conserváis una noción mental de la religión, una religión exterior, aunque el corazón no ha sido purificado. Dios mira al corazón, pues “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” Hebreos 4:13. ¿Se quedará él satisfecho con algo menor que la verdad en el fuero íntimo? Toda alma verdaderamente convertida llevará las señales inequívocas de que la mente carnal ha sido subyugada. Hablo claramente. No pienso que esto desanimará a un verdadero cristiano; no quiero que ninguno de vosotros llegue al tiempo de angustia sin una esperanza bien fundada en su Redentor. Resolved conocer lo peor de vuestro caso. Averiguad si tenéis una herencia en el cielo. Tratad verazmente con vuestra alma. Recordad que Jesús presentará a su Padre una iglesia sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. ¿Cómo habéis de saber que sois aceptos a Dios? Estudiad su Palabra con oración. No la pongáis a un lado por ningún otro libro. Ella os convence de pecado. Revela claramente el camino de la salvación. Saca a luz una recompensa brillante y gloriosa. Os revela un Salvador completo y os enseña que únicamente por su misericordia ilimitada podéis esperar salvación. No descuidéis la oración secreta, porque es el alma de la religión. Con oración ferviente y sincera, solicitad pureza para vuestra alma. Interceded tan ferviente y ardorosamente como lo haríais por vuestra vida mortal, si estuviese en juego. Permaneced delante de Dios hasta que se enciendan en vosotros anhelos indecibles de salvación, y obtengáis la dulce evidencia de que vuestro pecado está perdonado. La esperanza de la vida eterna no se ha de recibir por motivos frágiles. Es un asunto que se ha de decidir entre Dios y vuestra propia alma, y por la eternidad. Una esperanza que sea tan sólo supuesta, provocará vuestra ruina. Puesto que subsistís o caéis por la Palabra de Dios, en esta Palabra debéis buscar el testimonio de vuestro caso. Allí podréis ver lo que se requiere de vosotros para llegar a ser cristianos. No depongáis vuestra armadura, ni abandonéis el campo de batalla hasta haber obtenido la victoria y triunfado en vuestro Redentor.

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