Habéis tenido en vuestra vida ciertos objetivos en vista y, ¡con cuánta constancia y perseverancia habéis trabajado para alcanzarlos! Habéis hecho cálculos y planes hasta que se realizaron vuestros deseos. Hay ahora delante de vosotros un objeto digno de un esfuerzo perseverante, incansable, de toda la vida. Es la salvación de vuestra alma, la vida eterna. Y para alcanzarla se requiere abnegación, sacrificio y estudio detenido. Debéis ser purificados y refinados. Os falta la influencia salvadora del Espíritu de Dios. Tratáis con vuestros asociados, y os olvidáis de que habéis tomado el nombre de Cristo. Actuáis y os vestís como ellos.
Hna. K***, vi que Vd. tiene una obra que hacer. Debe morir al orgullo y dedicar todo su interés a la verdad. Su destino eterno depende de la conducta que siga ahora. Para obtener la vida eterna, debe Vd. vivir por ella y negarse a sí misma. Salga del mundo y manténgase separada de él. Su vida debe caracterizarse por la sobriedad, la vigilancia y la oración. Los ángeles están observando el desarrollo del carácter, y pesando el valor moral. Todas nuestras palabras y acciones pasan en revista delante de Dios. Es un momento terrible y solemne. La esperanza de la vida eterna no ha de considerarse livianamente; es asunto que debe decidirse entre Dios y nuestra propia alma. Algunos prefieren apoyarse en el juicio y la experiencia de los demás, antes que darse el trabajo de examinar detenidamente su propio corazón, y dejan transcurrir meses y años sin recibir testimonio del Espíritu de Dios ni evidencia de que han sido aceptados. Se engañan a sí mismos. Tienen una esperanza supuesta, pero carecen de las cualidades esenciales del cristiano. Ante todo se debe verificar una obra cabal en el corazón; luego los modales asumirán el carácter elevado y noble que señala a los verdaderos discípulos de Cristo. Se requiere esfuerzo y valor moral para vivir de acuerdo con nuestra fe. El pueblo de Dios es singular. Su espíritu no puede congeniar con el espíritu e influencia del mundo. No deseáis llevar el nombre de cristianos y ser indignos de él. No deseáis comparecer ante Jesús con una simple profesión de fe. No deseáis engañaros en un asunto tan importante. Examinad cabalmente las bases de vuestra esperanza. Obrad verazmente con vuestra propia alma. Una esperanza supuesta no os salvará. ¿Habéis calculado el costo? Temo que no. Decidid ahora si seguiréis a Cristo, cueste lo que cueste. No podéis hacerlo y gozar de la compañía de aquellos que no prestan atención a las cosas divinas. Vuestros espíritus no pueden fusionarse mejor de lo que se fusionan el aceite y el agua. Es una gran cosa ser hijo de Dios y coheredero con Cristo. Si tal es vuestro privilegio, conoceréis la comunión de los sufrimientos de Cristo. Dios mira al corazón. Vi que debéis buscarle fervorosamente, y elevar la norma de vuestra piedad, o no alcanzaréis la vida eterna. Tal vez os preguntéis: ¿Vió la Hna. White esto? Sí: y he procurado presentároslo, y daros todas las impresiones que yo sentí. El Señor os ayude a prestarles atención. Estimados hermanos, velad sobre vuestros hijos con cuidado celoso. El espíritu y la influencia del mundo están destruyendo en ellos todo deseo de ser verdaderos cristianos. Sea vuestra influencia tal que los aparte de los compañeros jóvenes que no tienen interés en las cosas divinas. Deben hacer un sacrificio si quieren ganar el cielo.*****
¿A quién escogeréis, dice Cristo, a mí o al mundo? Dios pide que se le entreguen incondicionalmente el corazón y los afectos. Si amáis a vuestros amigos, hermanos o hermanas, casas o tierras, más que a mí, dice Cristo, no sois dignos de mí. La religión impone al alma la mayor obligación hacia sus requerimientos, la de andar guiada por sus principios. Así como el imán misterioso señala hacia el norte, los requerimientos de la religión señalan la gloria de Dios. Vuestros votos bautismales os imponen la obligación de honrar a vuestro Creador, negaros resueltamente a vosotros mismos, crucificar vuestros afectos y concupiscencias, y reducir aún vuestros pensamientos a la obediencia de la voluntad de Cristo.
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Vuestra mundanalidad no os inclina a abrir de par en par la puerta de vuestros duros corazones al llamamiento de Jesús, que está procurando entrar allí. El Señor de gloria, que os ha redimido por su sangre, aguardó ante vuestra puerta a que le admitieseis; pero no le abristeis ni le disteis la bienvenida. Algunos abrieron un poquito la puerta, y permitieron que penetrase un poco de la luz de su presencia, pero no dieron la bienvenida al Visitante celestial. No había cabida para Jesús. El lugar que se le debería haber reservado estaba ocupado por otras cosas. Jesús os rogó: “Si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Apocalipsis 3:20. Teníais una obra que hacer para abrir la puerta. Por un tiempo os sentisteis inclinados a oír y abrirla, pero aun esta inclinación desapareció, y no os asegurasteis la comunión de que podríais haber disfrutado con el Huésped celestial. Sin embargo, algunos abrieron la puerta y dieron una cordial bienvenida a su Salvador.
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