martes, 26 de diciembre de 2023

Injertados en Cristo


Cristo, en su enseñanza a sus discípulos, les dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto.” Juan 15:1, 2. El que está unido con Cristo y participa de la savia y la nutrición de la vid, realizará las obras de Cristo. Debe estar en él el amor de Cristo, o no puede estar en la Vid. El amor supremo hacia Dios, y el amor hacia nuestro prójimo, igual al que tenemos para con nosotros mismos, es la base de la verdadera religión. Cristo pregunta a cada uno de los que profesan su nombre: “¿Me amas tú?” Si amamos a Jesús, amaremos las almas por las cuales murió. Puede ser que alguien no tenga un aspecto muy agradable, tal vez sea deficiente en muchos respectos; pero si tiene fama de honrado e íntegro, conquistará la confianza de los demás. El amor a la verdad y la confianza que los hombres pueden depositar en él superarán los rasgos objetables de su carácter. El ser dignos de confianza en nuestro puesto y vocación, el estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos para beneficio de los demás, impartirá paz al espíritu y nos brindará el favor de Dios. Los que quieran andar detenidamente en las pisadas de su abnegado Redentor reflejarán en su manera de ser la de Cristo. La pureza y el amor de Cristo resplandecerán en su vida diaria y su carácter, y la mansedumbre y la verdad guiarán sus pies. Toda rama fructífera se podará para que dé más fruto. Aun las ramas fructíferas pueden ostentar demasiado follaje, y aparentar lo que en realidad no son. Los seguidores de Cristo pueden hacer alguna obra para el Maestro, y sin embargo no estar haciendo ni la mitad de lo que podrían hacer. El los poda entonces, porque la mundanalidad, la indulgencia propia y el orgullo se están manifestando en su vida. Los viñadores cortan los pámpanos sobrantes de las vides y los zarcillos que se aferran a la maleza de la tierra, y así las hacen más fructíferas. Estas causas de estorbo deben eliminarse y debe cortarse todo lo defectuoso que ha crecido demás, para dejar lugar a los rayos sanadores del Sol de Justicia. Dios quiso que por medio de Cristo el hombre caído tuviese otra oportunidad. Muchos no entienden el propósito para el cual fueron creados. Lo fueron para beneficiar a la humanidad y glorificar a Dios, más bien que para gozar de sí mismos y glorificarse. Dios poda constantemente a su pueblo y corta las ramas que se extienden profusamente, a fin de que lleven frutos para su gloria y no produzcan solamente hojas. Dios nos poda mediante el pesar, las desilusiones y la aflicción, a fin de que disminuya el desarrollo de los rasgos perversos del carácter, y para que los rasgos superiores tengan oportunidad de desarrollarse. Debemos renunciar a los ídolos, debe enternecérsenos la conciencia, las meditaciones de nuestro corazón deben convertirse en espirituales, y todo el carácter debe adquirir simetría. Los que realmente desean glorificar a Dios, agradecerán si todos los ídolos y pecados quedan expuestos, a fin de poder ver estos males y desecharlos; pero el corazón dividido deseará complacencia más bien que abnegación. La rama aparentemente seca, al conectarse con la vid viviente, llega a formar parte de ella. Fibra tras fibra y vena tras vena se van adhiriendo a la vid, hasta que deriva de la cepa madre su vida y nutrición. El injerto brota, florece y fructifica. El alma, muerta en sus delitos y pecados, debe experimentar un proceso similar a fin de quedar reconciliada con Dios, y participar de la vida y del gozo de Cristo. Así como el injerto recibe vida cuando se une a la vid, el pecador participa de la naturaleza divina cuando se relaciona con Dios. El hombre finito queda unido con el Dios infinito. Cuando estamos así unidos, las palabras de Cristo moran en nosotros y no somos ya impulsados por sentimientos espasmódicos, sino por principios vivos y permanentes. Debemos meditar en las palabras de Cristo, apreciarlas y atesorarlas en el corazón. No debemos repetirlas como loros, sin darles cabida en la memoria ni dejarles ejercer influencia sobre el corazón y la vida. Así como el pámpano debe permanecer en la vid para obtener la savia vital que lo hace florecer, los que aman a Dios y guardan todos sus dichos deben permanecer en su amor. Sin Cristo no podemos subyugar un solo pecado ni vencer la menor tentación. Muchos necesitan el Espíritu de Cristo y su poder para iluminar su entendimiento, tanto como el ciego Bartimeo necesitaba su vista natural. “Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí.” Juan 15:4. Todos los que están realmente en Cristo experimentarán el beneficio de esta unión. El Padre los acepta en el Amado, y se transforman en el objeto de su solicitud y tierno y amante cuidado. Esta relación con Cristo resultará en la purificación del corazón, y en una vida circunspecta y un carácter sin tacha. El fruto que llevará el árbol cristiano es “caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.” Gálatas 5:22, 23.

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