miércoles, 20 de diciembre de 2023

La fe y la obediencia

 

Estimado hermano, sus obras difieren de la fe que profesa, y su único argumento es la miserable excusa de la conveniencia. En tiempos pasados, los siervos de Dios fueron llamados a dar su vida para vindicar su fe. La conducta de Vd. armoniza mal con la de los mártires cristianos, que sufrieron hambre y sed, tortura y muerte, antes que renunciar a su religión o a los principios de la verdad.

Escrito está: “¿Qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Santiago 2:14. Cada vez que Vd. dedica sus manos a trabajar en sábado, niega virtualmente su fe. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que la fe sin obras es muerta, y que el testimonio de la vida de uno proclama al mundo si uno es fiel o no a la fe que profesa. Su conducta rebaja la ley de Dios en la estima de sus amigos mundanos. Por ella Vd. les dice: “Vosotros podéis obedecer los mandamientos o no obedecerlos. Yo creo que la ley de Dios es, en cierto modo, obligatoria para los hombres; pero al fin y al cabo, el Señor no es tan escrupuloso como para exigir una observancia estricta de sus preceptos, y una transgresión ocasional no es castigada con severidad de su parte.” Muchos, al excusarse por violar el sábado, se refieren a su ejemplo. Arguyen que si un hombre tan bueno, que cree que el séptimo día es el día de reposo, puede dedicarse a empleos mundanales en ese día cuando las circunstancias parecen requerirlo, seguramente ellos pueden hacer lo mismo sin ser condenados. Muchas almas se enfrentarán con Vd. en el día del juicio, y presentarán su influencia como argumento para explicar su desobediencia a la ley de Dios. Aunque esto no disculpará el pecado de ellos, será una terrible cuenta contra Vd. Dios ha hablado, y quiere que el hombre obedezca. No pregunta si le es conveniente hacerlo. El Señor de la vida y la gloria no consultó su conveniencia o placer cuando dejó su puesto y elevada jerarquía para venir a ser varón de dolores y experimentado en quebranto, para aceptar la ignominia y la muerte a fin de librar al hombre de las consecuencias de su desobediencia. Jesús murió, no para salvar al hombre en sus pecados, sino de sus pecados. El hombre ha de abandonar el error de sus caminos, seguir el ejemplo de Cristo, tomar su cruz y seguirlo, negándose a sí mismo y obedeciendo a Dios a todo costo. Dijo Jesús: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón.” Mateo 6:24. Si somos verdaderos siervos de Dios, no habrá en nuestra mente duda alguna acerca de si vamos a obedecer sus mandamientos o consultar nuestros propios intereses temporales. Si los que creen en la verdad no son sostenidos por su fe en estos días comparativamente apacibles, ¿qué los sostendrá cuando venga la gran prueba y sea promulgado el decreto contra aquellos que no quieran adorar la imagen de la bestia ni recibir su marca en su frente o en su mano? Ese tiempo solemne no está lejos. En vez de volverse débiles e irresolutos, los hijos de Dios deben cobrar fuerzas y valor para el tiempo de la tribulación. Jesús, nuestro gran Ejemplo, enseñó mediante su vida y su muerte la más estricta obediencia. Murió, el justo por los injustos, el inocente por los culpables, a fin de que fuese preservado el honor de la ley de Dios, sin que el hombre pereciese para siempre. El pecado es la transgresión de la ley. Si el pecado de Adán produjo tan indecible sufrimiento y requirió el sacrificio del amado Hijo de Dios, ¿cuál será el castigo de los que, viendo la luz de la verdad, anulan el cuarto mandamiento del Señor?

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